Lo que parecía una escandalosa discusión obligó a ambos a despertarse perezosamente cuando Alicent entró desesperada y angustiada en la habitación de Aegon, con una mueca desfigurada que se distinguía a través de la parpadeante vela en sus manos. Visenya se escondió como pudo de entre las sabanas, y como Alicent estaba tan airada que no podía pensar ni ver más allá del terrible accidente de su hijo no se percató de su presencia.
—Cámbiate y baja enseguida— le ordenó la reina a su hijo con acento duro, más de lo usual. —Tu hermano fue atacado.
Alicent no dijo más y salió apresurada de la habitación.
—Algo le pasó a Aemond— dijo Aegon, le preocupaba más el regaño que se llevaría de su madre, porque de seguro lo culparía por no cuidar de su hermano.
Visenya le acarició el hombro en un intento por tranquilizarlo.
—Vamos.
Cuando se puso de pie un punzante cosquilleo le recorrió el vientre, incomodandola, se sorprendió a primera instancia pero luego recordó el porqué de esa sensación y sonrió. Hizo un esfuerzo por caminar perfectamente normal.
Se pusieron la misma ropa que llevaron en la tarde y salieron del cuarto de inmediato, uno después del otro y rápidamente por si alguien estaba viendo.
—¿Qué crees que haya pasado?— le preguntó Visenya, naturalmente curiosa, mientras bajaban.
—No lo sé, Aemond siempre está metiéndose en problemas— respondió con fastidio.
Cuando llegaron a la reunión donde discutían la situación nadie les prestó atención, demasiado enfrascados en lo que ocurría, Aegon echó una mirada a su amante para luego dirigirse al lado de su madre y hermanos, Visenya fue con su padre, discretamente. Lo primero que notaron fue a Aemond en una silla frente a la chimenea, la fulgurante luz de las llamas le iluminaba el rostro desfigurado, horriblemente, del tipo que nadie debería tener, mucho menos un niño. Pero un ojo había sido el precio.
Visenya abrió la boca al descubrirlo y la cerró, tragó saliva con pesadez y al otro lado vio a sus sobrinos como la contraparte. La ausencia de su hermana la sorprendió.
—¿Como permitiste que esto pasara?— el rey reclamó firmemente al comandante de la guardia real. —Quiero respuestas.
Miró a su hijo que sufría.
—Los príncipes debían estar en cama— él caballero respondió en voz baja y avergonzado.
