Cuando me despierto por la mañana me cuesta reconocer dónde estoy, pero el olor de Jungkook inunda mis fosas nasales y, cuando abro totalmente los ojos, está tumbado a mi lado.
—Buenos días, precioso.
Encantado con su presencia en la cama a esas horas, sonrío.
—Buenos días, precioso.
Jungkook se acerca para besarme en la boca, pero le paro. Su cara es un poema, hasta que digo:
—Déjame que me lave los dientes, al menos. Al despertar me doy asco a mí mismo.Sin esperar respuesta, abandono la cama, entro en el baño, me lavo los dientes en cero coma un segundo y, sin preocuparme de mi pelo, salgo del baño, salto de nuevo a la cama y lo abrazo.
—Ahora sí. Ahora bésame.
No se hace de rogar. Me besa mientras sus manos se enredan en mi cuerpo, y yo, encantado, me enredo en el suyo. Varios besos después, murmuro:
—Oye, cariño, he estado pensando...
—¡Hum, qué peligro cuando piensas! —se mofa Jungkook.Divertido, le pellizco en el culo y, al ver que me sonríe, prosigo:
—He pensado que como ahora yo estoy aquí no hace falta que contrates a nadie
para que acompañe a Soobin cuando tú no estás. ¿Qué te parece la idea?
Jungkook me mira, me mira, me mira..., y contesta:
—¿Estás seguro pequeño?
—Sí, grandullón. Estoy seguro.
Durante un buen rato, charlamos abrazados en la cama, hasta que de pronto se abre la puerta.
¡Adiós intimidad!
Soobin aparece con el gesto fruncido. No se sorprende al verme e imagino que Jungkook ya le ha dicho que estaba aquí. Sin mirarme se acerca a la cama.
—Tío, tu móvil suena.Jungkook me suelta, coge el móvil y, levantándose de la cama, se acerca a la ventana para hablar. Soobin sigue sin mirarme, pero yo estoy dispuesto a ganármelo.
—¡Hola, Soobin!, qué guapo estás hoy.
El crío me mira, ¡oh, sí!, pasea sus achinados ojos por mi cara y suelta:
—Tú tienes pelos de loco.
Y sin más, se da la vuelta y se marcha.
¡Olé el chino! ¡Uisss,no...!,coreano-alemán.Convencido de que el pequeño va a ser duro de roer, me levanto, voy al baño y me miro en el espejo. Realmente, ¡tengo pelos de loco! Mi pelo se mojó anoche y no es ni ondulado ni liso; es un refrito.
Jungkook entra en el baño, me abraza por detrás y, mientras lo observo a través del espejo, apoya su barbilla en mi coronilla.
—Pequeño..., debes vestirte. Nos esperan.
—¿Nos esperan? —pregunto, asombrado—. ¿Quién nos espera?
Pero Jungkook no responde y me da un nuevo beso en la coronilla antes de marcharse.—Te espero en el salón. Date prisa.
Cuando me quedo solo en el baño, me miro en el espejo. ¡Jungkook y sus secretitos! Al final, decido darme una ducha. Al entrar de nuevo en el dormitorio, sonrío al ver que Jungkook
ha dejado sobre la cama mis pantalones vaqueros secos y mi camisa. ¡Qué mono! Una vez vestido, recojo mi melena en una coleta alta y, cuando llego al salón, Jungkook se levanta y me entrega un abrigo azulón que no es mío, pero sí de mi talla.—Tu abrigo continúa húmedo. Ponte éste. Vamos....
Voy a preguntar adónde vamos cuando aparece Soobin con su abrigo, gorro y guantes puestos. Sin abrir la boca y cogido de la mano de Jungkook, llego hasta el garaje. Nos montamos en el Mitsubishi los tres y nos ponemos en camino. Al pasar junto a los cubos de basura de la calle, miro con curiosidad y veo tumbado en un lateral, sobre la nieve, un perro. Me da penita. ¡Pobrecito, qué frío debe de tener!
Suena la radio, pero para mi disgusto ¡no conozco esas canciones ni esos grupos alemanes!Media hora después, tras aparcar el coche en un parking privado, entramos en un ascensor. Se abren las puertas en el quinto piso y un hombre alto, de aspecto impoluto, grita, abriendo los brazos:
—¡Jungkook! ¡Soobin!
El pequeño se tira a sus brazos, y Jungkook le da la mano, sonriendo. Segundos después, los tres me miran.
—Orson, el es Jimin, mi novioq —me presenta Jungkook.
El tal Orson es un tiarrón rubio y descolorido. Vamos, alemán, alemán, de esos que en verano se ponen del color de la sandía. Dejando a Soobin en el suelo, se acerca a mí.
—Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo —respondo con educación.