Una mañana, tras mil indecisiones, llamo por teléfono a las oficinas de Müller y hablo con Gerardo. El hombre, encantado de hablar conmigo, me indica que esperaba mi llamada. Le pregunto por Miguel y me dice que está de viaje y regresa el lunes. Después
hablamos de trabajo y me pregunta qué día me voy a reincorporar. Es miércoles. Decido comenzar a trabajar el lunes. Él acepta. Cuando cuelgo, el corazón me late acelerado. Voy a regresar al lugar donde todo empezó.El viernes voy al local de tatuajes de mi amigo Nacho. Cuando me ve en la puerta, abre los brazos, y yo corro a su encuentro. Esa noche nos vamos de copeteo y terminamos a las tantas.
El domingo por la noche no duermo. Al día siguiente regreso a Müller. Cuando el despertador suena, me levanto. Me ducho y después cojo mi coche y me dirijo a la empresa.En el parking mi corazón comienza a bombear con fuerza, pero cuando, tras pasar por personal, regreso a mi despacho, el corazón se me sale por la boca. Estoy nervioso. Muy nervioso.
Varios compañeros, al verme, corren a saludarme. Todos parecen felices por el
reencuentro y yo les agradezco esa deferencia. Cuando me quedo solo, miles de recuerdos llegan a mí. Me siento a mi mesa, pero mis ojos vuelan a mi derecha, al despacho de Jungkook, de mi loco y sexy señor Jeon. Sin querer remediarlo me dirijo a él, abro la puerta y miro a mi alrededor. Todo está como el día que me fui. Paseo mi mano por la mesa que él ha tocado y, cuando entro en el archivo, siento ganas de llorar.Cuántos buenos, bonitos y morbosos momentos he pasado con él aquí.
Cuando escucho ruido en el despacho de al lado presupongo que ha llegado mi jefe.
Con cuidado salgo del archivo por el antiguo despacho de Jungkook y regreso a mi mesa. Me estiro la chaqueta de mi traje azul, levanto el mentón y decido presentarme. Llamo a la puerta y al entrar con los ojos como platos susurro:
—¡¿Miguel?!
Sin importarme quién nos pueda ver, me acerco a él y lo abrazo. Esa sorpresa sí que no me la esperaba. Mi antiguo compañero, el guaperas de Miguel, ¡es mi jefe! Tras el efusivo abrazo que nos damos, Miguel me mira y en mofa dice:
—Ni lo sueñes, precioso. Yo no tengo líos con mi secretario.Eso me hace reír. Me siento en la silla y él se sienta al lado.
—Pero ¿desde cuándo eres el jefe? —pregunto, alucinado.
Miguel, que sigue tan guapo como siempre, responde:
—Desde hace un par de meses.
—¿En serio?
—Sí, precioso. Tras echar a la jefa y, a los dos días, a su tonta hermana, tiraron de mí porque era el único que conocía el funcionamiento de este departamento. Y cuando vi que los tenía cogidos por los huevillos, les pedí el puesto y, por lo visto, el señor Jeon accedió.Eso me sorprende. Jungkook nunca me lo comentó. Pero feliz por Miguel, murmuro:
—Dios, Miguel, no sabes cuánto me alegro. Estoy muy feliz por ti.
Mi amigo me mira y, tras pasar su mano por mi cara, susurra:
—No puedo decir lo mismo yo de ti. Sé que te marchaste a vivir a Múnich con Jeon. —Eso me vuelve a sorprender. No tiene por qué saberlo nadie, y me aclara—: Tranquilo. Me encontré un día con tu hermana y me lo comentó. Nadie lo sabe. Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué haces de nuevo aquí?Consciente de que tengo que dar una explicación, le comunico:
—Hemos roto.
—Lo siento, precioso —dice con pesar.
Me encojo de hombros.
—No salió bien. El señor Jeon y yo somos demasiado diferentes.
Miguel me mira y, ante lo que he dicho, opina:
—Diferentes sois. Eso fijo. Pero ya sabes que los polos opuestos se atraen.
Eso me hace reír. Es lo mismo que dijo mi padre. Diez minutos después estamos en la cafetería. Miguel ha avisado a mis locos amigos Raúl y Paco de mi regreso, y los cuatro, como hacíamos meses atrás, hablamos y nos contamos confidencias.Pasamos un buen rato en la cafetería, donde nos ponemos al día. Cuando ya estoy en el despacho de Miguel y éste me está entregando unos documentos, suenan unos golpecitos en la puerta. Miguel y yo miramos, y un mensajero con gorra roja pregunta:
—Por favor, ¿El señorito Park Jimin?
Asiento y me quedo parado cuando me entrega un ramo de flores multicolores.
Sonrío. Miro a Miguel, y éste dice, levantando los brazos:
—Yo no he sido.