Capítulo 19

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Dejar de pensar en el hombre que se ha metido en mi cabeza sin darme cuenta me resulta tremendamente complicado. Pero reconozco que este viaje me está sirviendo para relajarme y tomar distancia.

Nunca había estado en Texas, pero me está encantando. Su gente es amable. El tiempo acompaña y estamos rodeados de bodegas, que están repartidas en un precioso paisaje montañoso muy del estilo mediterráneo.

Aquí aprendo que el clima y el suelo de Texas son ideales para la producción de vinos de alta calidad, y disfruto junto a Sang Min, que se ha convertido en toda una sorpresa muy agradable para mí, y su socio Peter de los vinos que se producen en sus tierras.

Durante tres días nos alojamos en el edificio anexo que hay en una de sus bodegas, que es una pasada, mientras recorremos las hectáreas de viñedos y me enseñan las distintas producciones.

Mientras estoy aquí recibo una llamada de mi hija desde la Antártida. Como siempre hablar con ella es lo mejor que me pasa durante el día, y cuando la llamada se termina, siento que el rato que hemos conversado me ha renovado la energía.

Al cuarto día de estar en Texas, Sang Min y Peter, junto a Betty, su mujer, me dan dos opciones: llevarme a Austin para que disfrute de mi día libre o hacer una ruta por la carretera 290, que es hiperfamosa y que es conocida como la Ruta de la Música en Vivo y el BBQ.

Encantado y divertido, opto por la segunda opción. Una vez que salimos de Corea, Lee Sang Min, ese que yo creía que era un trozo de carne con ojos, me está demostrando que, además de trabajar, sabe divertirse, y muy bien.

Ese día decidimos pasar la noche en un bonito y pintoresco lugar rodeado de viñedos llamado Fredericksburg, que, según me cuentan, es un pueblo alemán.

Tras alojarnos en un precioso hotel rural y asignarme una cabaña que más bonita no puede ser, una vez que nos cambiamos de ropa y me visto acorde con el sitio, con un jeans, una camisa negra y unas botas, los cuatro nos dirigimos a un local donde hay música en vivo y en el que me dicen que se come una excelente carne texana a la parrilla marinada con buen vino.

¡Estupendo plan!

Al llegar allí me fijo en un tipo que aparece montado en una moto. Su mirada y la mía se encuentran y, sin dudarlo, le sonrío cuando se quita el casco y se pone un sombrero texano. ¡Qué hermoso! Si hay algo que manejo muy bien es el lenguaje invisible y, por el modo en que él sonríe, veo que él también.

Una vez que entramos en el local, nos acercamos a un grupo de unas veinte personas y me sorprendo al ver que vamos a cenar con todos ellos. Mientras Sang Min me los presenta, observo que el tipo con el que me he cruzado en la entrada se pone un mandil negro y rápidamente comienza a servir en la barra.

Por suerte, como sé hablar inglés a la perfección, puedo comunicarme con los presentes con soltura, y de inmediato me siento como uno más del grupo.

Mientras cenamos, escuchamos música country en directo y disfruto de una carne que más buena no puede estar, al tiempo que mis ojos se dirigen una y otra vez al camarero de la barra. La verdad es que desde que hemos entrado no hemos parado de mirarnos con disimulo, y eso me gusta. ¿A quién no le gusta gustar?

El tipo es alto, moreno, tiene unos ojos verdes que ¡uf, madre mía! Y, lo mejor, no debe de tener más de treinta años. Y, bueno, reconozco que con ese sombrero texano en la cabeza, al más puro estilo cowboy, más bueno no puede estar.

Después de la cena, el grupo con el que estamos, que es animado, se lanza a la pista a bailar. Con curiosidad veo cómo bailan, y yo deseo unirme a ellos. El problema es que no me sé los pasos y no quiero hacer el ridículo.

You are my destinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora