『 La entrada al paraíso 』

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En momentos así, donde tus ojos se llenen de lágrimas,
Toma mi mano y agárrala fuerte;
¿Deberíamos huir?

-Run Away / TXT.

Cuando despertó, el mundo todavía era dolor. Las luces blancas en el techo de la habitación la cegaron temporalmente antes de que pudiera ajustar su vista a la brillante luz. Entonces, escuchó el sonido de una puerta siendo abierta y unos suaves pasos caminar sobre un piso frío que no se escuchaba como madera, pero se parecía.
Sintió su brazo moverse y unas pequeñas caricias en su cabello. Miró hacia un lado, notando como alguien murmuraba palabras inentendibles. Solo podía ver vagamente su rostro, sin entender las palabras que salían de su boca. Finalmente sintió su vista comenzar a aclararse de a poco a poco y enfocarse para poder ver, al fin, el rostro amable y gentil de una mujer sonriente.
Se parecía mucho al chico cabra que la había curado.

—¡Oh, mi niña, por fin despertaste! ¡¿Estás bien?! ¡¿Te duele algo?! —preguntó ella, sujetando delicadamente la cara de la niña.

—Y-Yo…

Mientras aún miraba el rostro de la infante como si fuera una piedra de diamante, comenzó a notar las lesiones. Primero algunos cortes en los pómulos y las mejillas. Un hematoma bajo la quijada. Y algunos puntos rojos cerca del cuello.
La reina tomó las manos de la niña y las sintió rasposas. Las uñas estaban sucias y roídas. Lesiones en los dedos, ya encontradas. Luego reparó en las inmensas ojeras.

—Mi niña —dijo, conmocionada —¿Te has alimentado bien? ¿Alguien te ha lastimado?

Con un gesto brusco, la humana apartó de sí las manos de aquella mujer.

—¡¿Quién es usted y dónde estoy?!

La reina seguía conmocionada. De pronto, para donde mirara en la niña, descubría hematomas cada vez más difíciles de esconder.

—Tori.

Toriel Dreemurr salió del trance.

—¿Eh?

—¡Hola humana! ¿Ya te sientes mejor?

Ella entrecerró los ojos con desconfianza a los recién llegados; no le gustaba la concurrencia, y mucho menos despertar en un lugar que no conocía rodeada de monstruos que podrían matarla.

—¿Acaso morí y vine a parar al peor círculo del infierno? —era la única conclusión "lógica" que se le ocurría.

¿Y cómo no intentar hallar sentido a una situación tan descabellada? Si allí, frente a ella, había monstruos. Monstruos como el viejo sabio de su pueblo le decía; monstruos como aquellos que las historias de su aldea narraban; monstruos como los que intentaron destruir a los humanos hace mucho tiempo.
Los monstruos del subsuelo.
Los monstruos que no deberían existir.
El Underground.

—Ejem —tosio el hombre cabra mayor para llamar su atención, cosa que funcionó —Seguramente no lo recuerdas, pero ayer sufriste una horrible caída y mi hijo y yo te tragimos aquí para que te recuperaras.

Claro que lo recordaba, pero muy en el fondo esperó que todo lo de sus recuerdos hubiera sido un mal sueño; una horrible y sádica pesadilla.
Pero no, todo fue real. Lo de su aldea, lo de su caída, lo del chico cabra que la ayudó, todo sucedió realmente.

Que maldita suerte la suya.

—¿Y dónde es "aquí", si se puede saber? —preguntó ella con cierto tono de desconfianza en su voz.

—El castillo del Rey del Underground.

Los rojizos ojos de la pálida chica se abrieron como platos por lo que había escuchado y guardó silencio. ¿Acaso todo era una broma de mal gusto? La seriedad en sus palabras le hizo saber que no.
Al principio no lo había notado, pero ahora que se fijaba mejor y detallaba en cada rincón de su entorno, se dio cuenta de lo lujoso que éste era. Cada pared era hermosa y estaba decorada con muebles y adornos exquisitos nunca antes vistos allá arriba. De hecho, recién se percataba de que había sido puesta a descansar en una cama suave y esponjosa que, en otras circunstancias, le resultaría más confortable de lo que parecía a primera vista.

『 La Lluvia Del Final 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora