El muro

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En una de mis tantas visitas al hospital psiquiátrico, me topé con un hombre parado frente al muro, mismo que formaba una línea divisoria entre los cuerdos y los que fingían estarlo. Me pareció que observaba aquello que lo privaba de su libertad con tanta admiración, que incluso llegué a pensar que agradecía al muro por estar ahí.

Me paré a su lado y le hablé:

—Disculpe buen hombre, ¿se puede saber por qué está aquí?

—Lo primero es que no soy un buen hombre, no deje que mi apariencia le confunda. Y lo segundo no lo recuerdo con exactitud, pero permanezco aquí por miedo.

—¿Miedo a qué?

—Allá fuera hay todo tipo de locos, los de aquí por lo menos están medicados —Sus propias palabras le causaron gracia—. ¿Y usted por qué está aquí?

—Solo vengo los jueves a una cita rutinaria.

—Ah, usted es de los que se aferran a la cuerda.

—¿A qué se refiere?

—Quien no tiene un loco atado en su interior, es porque ya le ha soltado las riendas. Pero hay quienes se empeñan en sujetarla, aun sabiendo que terminará por escapársele de las manos.

A pesar de que el portón que lo mantenía cautivo estaba abierto, él no se movió.

Y ese fue, tal vez, el hombre más cuerdo que conocí en mi vida.  

  

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