Demencia

Mi dueño es un estúpido

Mi dueño está loco, no queda una pizca de cordura en él. A veces me pierdo durante días porque necesito otros aires para no quedar igual que él. Cuando regreso luego de una exhausta cacería me mira con pena, al parecer olvida que soy el cazador, no la presa y a veces uno tiene que ensuciarse las manos. Perdón, quise decir las patas.

Estoy seguro de que piensa que soy un vago porque me echo en cada esquina, la verdad es que prefiero dormir a soportarlo todo el día. Mi lugar favorito para las siestas es al pie de la escalera, nunca he tenido la intención de hacerle daño, pero capaz y corro con la suerte de que un día se tropiece.

Siempre lo miro a los ojos para que el tonto aprenda a no dejarse intimidar. Le quiero tanto que en su cumpleaños le regalé una rata media muerta y le permití el honor de dejarle ver como la mataba. No me gusta que me toque, ni mucho menos ensuciarme las patas con humanos, pero está tan flaco que cuando llega del trabajo me lanzo a sus piernas para cerciorarme de que aún conserve sus canillas. Tengo que vigilarlo durante las noches porque el muy listo cierra la puerta de su cuarto, pero deja las ventanas abiertas y se pueden meter todo tipo de bichos.

Cada vez que termina de servir su comida tengo que olfatearla porque mi amo es tan buen cocinero que se atreve a intoxicarse con agua. Mientras duerme me meto a su cuarto y me percato de que esté respirando. No es que le quiera ni un poquito, solo que, si muere, ¿quién me va a alimentar?

Cuando paseamos por las calles camino detrás de él cubriendo su espalda, ya que es tan cobarde que se asusta hasta por una hoja que le caiga al lado. Ese hombre va a morir de la manera más tonta: de un susto.

A veces creo que es un poco ciego, o tal vez solo ignora las marcas de la rueda que llevo plasmada en mi pelaje. Mi dueño es tan estúpido, que no se ha dado cuenta de que por cuidarlo no he podido dejar este mundo por completo.