La densa oscuridad se instaló fuera de la ventana opaca. Un búho ululaba suavemente a lo lejos mientras la luna se alzaba en lo alto. Bajo la luz parpadeante de la lámpara, escurrí el paño húmedo.
Drip, drip, drip.
El goteo del agua en el lavabo fue más fuerte de lo que esperaba. Puse el paño húmedo sobre la frente de mi sobrino, Luca. El vapor de su fiebre se dispersó en el aire. Tenía tanta fiebre que era visible como el agua se evaporaba del paño húmedo.
Nadie se había encargado de él cuando estaba enfermo. Se removió con incomodidad. Habían pasado varias horas desde que lo obligué a recostarse y aceptar mis cuidados. Ahora inspiraba y espiraba, respiraciones cortas y superficiales. No le salía bien la voz, casi como si se le hubiera cerrado la garganta. Me compadecí de él mientras me miraba con los ojos entrecerrados. Estaba agotado.
Si fuera por mí, estaría envuelto en una manta de camino a urgencias, pero aquí ni siquiera hay hospitales, y mucho menos salas de urgencias. Lo mejor que podía hacer era cambiarle el paño de la frente e intentar tranquilizarlo. Hablé en voz baja, esperando que mi confusión interior no se reflejara en mi cara.
—¿Luca? Aguanta un poco más. En cuanto salga el sol, iré por medicinas —le dije.
—¿Medicina? Sí, claro. No podemos permitírnoslo. Estoy bien —dijo mientras tosía.
—Tengo algo guardado. Te dije que no te preocuparas por el dinero. Eres demasiado joven —le dije.
Me dolía ver a un niño tan pequeño preocuparse por nuestro sustento, sobre todo cuando estaba mortalmente enfermo, pero me sentí aún peor al pensar que sus preocupaciones eran justificadas: realmente no teníamos dinero.
No podía pagar ninguna medicina, pero si salía al amanecer y recogía hierbas, y después rogaba y suplicaba por un buen precio, podría compensar la diferencia. Luca me observó mientras calculaba mentalmente y su rostro se ensombreció, como si hubiera malinterpretado mi expresión seria.
—Puedes ir al Festival de Mayo si quieres. Sé que te hace mucha ilusión —me dijo.
Mientras lo decía, rodó los ojos como si quisiera ver mi reacción. Como si no fuera a sentirse decepcionado si realmente iba. ¿A quien cree que está intentando leer? Solté una risita.
—¿Quién quiere ir al Festival de Mayo? Deja de gastar aliento y concéntrate en mejorar.
Volvió a intentar decirme que estaba bien, poco convencido. Siguió así durante algún tiempo, pero al final se quedó dormido y su respiración regresó a un ritmo constante. Mientras dormitaba, una sola palabra salió de sus labios acompañada de un suave gemido.
—¿Mamá..?
Por supuesto. Debe de echar de menos a su madre. Sentí una punzada de compasión y le di unas palmaditas en la mano, que se le había salido de debajo de la manta. Sus dedos se retorcieron y me apretó la mano con fuerza. La agarró con una fuerza desesperada, como si nunca fuera a soltarla.
Tenía que cambiarle el paño de la frente. Sonreí con rigidez. No quería apartar la mano. De acuerdo. Dejemos dejémosle hacer lo que quiera por un momento. Me senté a su lado, dormitando y despertándome de golpe, cuidándolo durante toda la noche. Justo antes de que saliera el sol, con apenas un par de horas de sueño, me deslicé desde la cabecera de la cama. Tenía ojeras y estaba aturdida por la falta de sueño, pero sacudí la cabeza para intentar recobrar la compostura.
Me vendría muy bien un café. Obviamente, este cuerpo no tenía mi antigua adicción a la cafeína, pero de algún modo el recuerdo del café seguía reluciendo ante mis ojos cada mañana. Me relamí suavemente los labios, ese antojo insatisfecho de café seguía persistiendo mientras salía de casa. Aceleré el paso para llegar al bosque y volver antes de que abrieran la botica.
Tuve suerte de que la memoria de este cuerpo me permitiera diferenciar las hierbas. Si no tuviera dicha memoria, no habría nada que yo pudiera hacer en este mundo. Estoy segura de que todos han adivinado de que este no es mi cuerpo; reencarné en el cuerpo de esta mujer: Judith Maibaum.
Es la historia más cliché: Me atropelló un coche cuando volvía a casa después de haberme tomado unas copas. Cuando me desperté, estaba en otro mundo. Lo peor es que el coche frenó en seco al doblar en la esquina y ¡sólo era un pequeño Mini! Ni siquiera recuerdo haber muerto antes de despertarme en el cuerpo de un extraño. Puedes imaginarte mi sorpresa. Al principio, pensé que era un sueño: cabello rubio pálido con una figura esbelta. Una belleza fresca con ojos tenues de color lavanda... ¡qué sueño!
Parecía que podía tener mala actitud, pero yo estaba encantada de ser una belleza. Entonces no tenía ni idea de que me iba a quedar así por el resto de mi vida. Cuando me di cuenta, sollocé y me jalé el pelo rubio pálido que me caía sobre los hombros.
Si tenía que reencarnar, ¿por qué no podía ser una joven de familia noble? ¡Ni siquiera hay sirvientes aquí! Y además tenía una boca joven que alimentar. Judith, la dueña de este cuerpo, vivía en un pueblo rural sola con su sobrino Luca. El resto de su familia había muerto de accidentes desafortunados o de enfermedades, y Luca y yo no éramos muy unidos ni teníamos una buena relación como tía-sobrino. Para ser más precisos, simplemente odiaba a Luca. No hacía otra cosa que atormentarlo y maltratarlo. ¿Cómo podía odiar tanto a su pequeño sobrino?
Mientras rebuscaba en su memoria tratando de encontrar una razón, me di cuenta de algo. El otro mundo en el que había caído era la historia de una novela, y una historia de venganza. ¿Has oído alguna vez una historia de venganza llena de sueños y esperanzas agradables? Yo no.
El héroe sufre todo tipo de horribles crueldades antes de vengarse y completar su espectacular vida. Y esa es la versión bonita. A veces el héroe consigue su venganza, pero ésta le corroe hasta convertir su vida en un desperdicio, o cosecha lo que siembra, y sus acciones le convierten más tarde en el blanco de la venganza de otra persona.
Afortunadamente, la novela en la que reencarné era la primera. Tiene esperanzas y sueños. Incluso tiene un final feliz, aunque, desde la perspectiva de Judith Maibaum, no tiene nada de feliz. En este mundo, soy uno de los villanos que pusieron al héroe en su búsqueda de venganza.
En pocas palabras, muero al final.
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Haré un esfuerzo para cambiar el género
RomanceDesperté dentro de mi novela favorita, no como el protagonista, Luca Winterwald, sino como Judith, su tía maltratadora y el primer personaje en morir: ¡es hora de reescribir la historia! Entregaré a Luca a su cariñoso y añorado tío, como estaba prev...