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AINHOA.


De pequeña pensaba que todo sería mejor cuando fuera mayor, pero los años pasan y todos pesan.

Solo dieciséis años y mi madurez, siempre fue mayor, aunque todos me hagan creer que no llegaré a ser nada. Puede que hasta yo misma piense que tengan razón y esa era la putada de todo. No valorarme yo. ¿Cómo pretendía que la gente haga lo mismo conmigo?

Menos mal que estábamos en verano. Rozando Septiembre, porque no, no quería pensar que volvería a venir el infierno.

Y no era por estudiar como todos los estudiantes, luchaban y se asqueaban, e incluso lo que no me molestaba era madrugar. Era el simple hecho de acudir a meterme en una habitación con montón de personas, sentirme sola, teniendo que escuchar cómo te ordenaban aprenderte algo de memoria para escupirlo en un papel. Así valoraban y siguen valorando tu talento, tu valía.

El corazón me latía con fuerza cuando una pesadilla me inundo de nuevo el corazón abrí los ojos de repente con mil lágrimas en los ojos. No había nadie para salvarme del dolor y la agonía, respire en medio de la oscuridad intentando controlar otro brote de ansiedad.

Desde que paso el "accidente", aun no me siento bien, ni me siento preparada ni siquiera en hablar de ello.

Menos cuando nadie me cree, menos cuando todos dicen que no fue nada. Un mal momento en un sitio donde no debí estar.

Ha pasado solo un mes desde que ocurrió y aun no asimilo nada, todavía siento la sangre brotando de mi labio. El dolo punzante de la cabeza y el miedo que me atravesaba el corazón. Claro que pudo ser mucho peor. Porque salí viva de ello.

Aunque a veces aun pienso que debí morir en ese mismo instante, en el hospital. Mientras luchaba por seguir despierta. Y sobre todo el ruido de la voz de mi madre rogándome que no me durmiera.

Ha sido muy difícil, más cuando todo a tú alrededor se detiene. Solo esperas a que acabe todo y que te dejen de preguntar los morbosos, que se hacen llamar amigos por ese momento. Pero solo hay soledad.

Me quedo de nuevo dormida no sé cuándo. Pero cuando me levanto sé que es tarde, porque ya huele a comida. Escucho la voz de mi hermano hablando con mi padre.

No escucho exactamente que dicen, pero creo que hablan de futbol. No sé dónde saco las fuerzas de levantarme y presentarme en el salón. Me siento en el sillón en frente de mi hermano y le miro con cara de cansancio. Él asiente en silencio. No sabe por lo que estoy pasando, es mayor, vive su vida aunque siga en casa. No es que especialmente nos llevamos bien, pero sé que si me pasara algo me salvaría la vida. Como él y yo sabemos que hizo.

Pronto mi madre nos ordena a los dos, ayudar a colocar la mesa. Lo hacemos sin rechistar, comemos con bastantes temas de conversaciones. Intento hacer acto de presencia pero se me hace difícil. No pruebo apenas comida y vuelvo a encerrarme en la habitación.

La oscuridad me llama, es mi sitio a salvo. No puedo alejarme de ella aunque a veces me asusta.

Cojo el móvil, me pongo al día con mis seguidores. Ser una escritora novata está teniendo sus recompensas. Apenas nadie sabe que escribo.

Busco una imagen y la edito, empiezo a escribir el texto que hoy me define. Cuando todo está preparado doy a subir. Pero la verdad es que aun necesito más, por lo que agarro mi cuaderno negro y escribo. Las lágrimas empapan el papel pero me da igual.

Cuando todo se tranquiliza en mi interior, noto en mi piel el calor, es un día tranquilo y soledado. Nada que ver con el temporal de ayer. No me gusta ir a la piscina y mucho menos me gusta que me vean casi expuesta. Por eso voy a la bañera y le lleno al máximo. Agradezco que no haya nadie en casa. Porque así puedo coger un cigarrillo a escondidas. Lo enciendo y dejo que el humo entre en mi boca, luego en mis pulmones y lo suelto lentamente.

Cuando acabo de fumar, dejo que mi cuerpo se relaje aún más en el agua. Cuando siento que ya no puedo más, hundo la cabeza al completo y dejo de intentar respirar hasta ese punto donde ya no puedes más y coges y por supervivencia vuelves a dar una bocanada, es una táctica que me ayuda cuando ya el mundo trata que me ahogue más. Es hipócrita, pero es así. A veces uno debe de darle la razón a la vida cruel e intentar hacer lo que ella te está empujando a hacer. Solo intento resistir, sobrevivir, aunque todo tu cuerpo caiga en picado a la profundidad del mar.

No me pasa por alto que en ese momento me acuerdo del chico de ayer. Era misterioso. Era demasiado amable conmigo, y aun no sé porque confié en él. Cuando me cuesta demasiado hacerlo. Pero ya no hay vuelta atrás porque quiero saber quién hay detrás de esa sonrisa bonita.

Sí, ya se lo que me diréis, ten cuidado, quien más bueno parece puede ser un demonio. Ya lo tengo aprendido, por desgracia. También todo fue surrealista, que llegara en ese preciso instante, como si viniera salvarme, de todos y de mi misma.

La tarde acaba siendo una pesadumbre viendo series, distrayendo la mente. Pero después de cenar vuelve otra vez la tortura.

No me gustaba salir de casa, menos de mi habitación, pero necesitaba tomar el aire esa noche. Y quería encontrarlo en la playa.

— ¿Dónde vas?— pregunto mi hermano que también estaba dispuesto a salir del domicilio.

—A dar un paseo por la playa —dije totalmente convencida aunque me aterraba.

—Ten cuidado, cualquier cosa llámame, en dos segundos estoy ahí.

—Mateo, se cuidar de mi misma —gruñí.

Él había acabado de cumplir los veintidós años. Y ya se creía con el poder de ordenarme y ser mi segundo padre controlador, era agotador.

—Como tú quieras "tata" —subió el tono de voz para despedirse y yo aproveche el momento para también salir.

La playa estaba oscura, y la marea en calma. Había puestos de helados, pille un granizado de limón, me encantaban, alguna vez, los elegía con eucalipto y menta.

Paseaba absorta a la gente, a las familias que caminaban con sus niños, volví a centrarme en mi objetivo. Poner mis pies en el agua. Se estaba acabando el tiempo de ello. También sabía que a estas horas el agua estaría congelada. Me senté en un banco para terminar de comer.

Observe la gente reír a lo lejos, la felicidad era subjetiva. Tú ves a alguien sonreír y crees que es feliz. Pero yo sonrió y nadie se da cuenta que solo soy tristeza. Mire el móvil, eran las doce de la noche, una notificación de Instagram salto en la bandeja de entrada, era él, me había devuelto el follow, había comentado en la publicación de hoy, donde hablaba metafóricamente del dolor que cargaba dentro. Y me sorprendió sus palabras, porque decían —totalmente de acuerdo, es muy jodido, mucho ánimo—. Un mensaje también llego, era un "¿Estas bien?" De su parte.

No lo estaba en absoluto. Pero dije que sí, la conversación fue muy breve. Luego me perdí con las olas chocando contra la orilla.

Un mar entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora