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AINHOA.

Se habían acabado las vacaciones, Aron y yo estuvimos pasando todas las noches hablando de todo en la arena.

Había noches que simplemente, nos parábamos a mirar el mar sin dirigirnos ninguna palabra.

Yo vivía a dos manzanas de la playa, es decir solo dos calles atrás. Él vivía a unas cuatro calles, nos separaban varias urbanizaciones.

La alarma sonó torturándome, asqueada hice lo que todo adolescente en esta época haría, darse media vuelta y contar hasta cinco minutos, o esperar a que tus padres te levanten.

En mi caso conté solo hasta tres y me puse al día con mis redes sociales. Nada interesante. Solo me interesaba las visualizaciones e interactuaciones con mi perfil de escritura.

Leí el texto de por la noche, recordándome que yo podría con ello. No había remedio.

Primero de Bachillerato se abría paso en mi camino. Desayune menos de medio vaso de leche con Nesquik. Era de ese team. No soportaba los grumos del ColaCao.

Cogí el autobús de línea directo a mi instituto. Esa mañana estaba lleno de estudiantes,  llevaba mucho sin sentir esa presión pero aguante las náuseas.

Mis profesores eran demasiado majos, pero a quien quieren engañar, solo era el primer día tenían que dar confianza. También había nuevos alumnos, prácticamente no conocía a ninguno. Tampoco era que me importante. Yo era una persona invisible en todo el recinto.  

A la hora del recreo cogí mi mochila y me fui a la parte trasera, donde apenas nadie pasaba por allí. Saque el libro que me estaba leyendo en ese momento, comencé a leer absorta del ruido de risas y murmullos que llegaban a mí por todas direcciones posibles.

La mañana se pasó más rápido de lo que nunca me había imaginado, cosa que agradecí. Cuando llegue a casa olía a pollo recién sacado del horno, fui a dejar mis cosas a mi cuarto. Al llegar a la mesa había un cuenco con macarrones. Que mi madre servía con demasiado cariño para mi hermano y para mí.

—¿Qué tal en el instituto, cariño? —dijo mi madre mientras se sentaba para comer.

—Bien —dije sin mucho entusiasmo.

Ella me miro pero no añadió nada más, mi hermano empezó a hablar cosas de la universidad. Estaba estudiando farmacología. Mi madre estaba demasiado alegre al escucharle.

La pasta hecha al horno con el queso fundido estaba riquísima, ese día pude comer bien.

Después de ayudar con las tareas domésticas, regrese a mi habitación. Me permití echarme en la cama. Un mensaje de Aron, me llego y una sonrisa tonta salió de mi boca.

Me preguntaba qué tal mi primer día de clases y esas cosas que se dicen. Después de intercambiar unos cuantos mensajes. Me quede dormida.

Pude descansar lo suficiente, cuando desperté a causa de la vibraciones del móvil, casi se había comido media tarde. La bandeja de entrada estaba llena de notificaciones.

Muchos de ellos eran comentarios, otros tantos del nuevo grupo de clase, donde ya se estaban riendo de los profesores sin conocerlos, poniendo motes que para ellos eran graciosos, que no lo eran en absoluto.

Y luego estaba de nuevo uno de él —asómate por la ventana—. Ese era el último mensaje hace diez minutos. Rápido di un salto, me coloque unos vaqueros y un top negro, cuando estuve lista con disimulo asome la cabeza. Ahí estaba, con unos vaqueros azules, una camisa negra con los dos primeros botones de su cuello desabrochados, su pelo castaño oscuro bien peinado hacia atrás. Sujetaba un monopatín eléctrico de los primeros que empezaban a ver, estaba mirando hacia la pantalla, concentrado y a la vez un poco preocupado diría yo. Conteste el mensaje indicando que guiara sus ojos en mi dirección.

Nos dedicamos una sonrisa. Me volví de espaldas en busca de una zapatillas, para salir, cuando me calce cogí mi chaqueta azul. Salí como un rayo de sol, pasando desapercibida por mi madre distraída. Cuando llegue a la calle, seguí mi camino disparada. No detuve la fuerza de mis movimientos hasta que llegue a Aron y cuando me choque contra su estómago nos tumbe a los dos contra la acera.

Su mirada se clavó en la mía con una sonrisa tímida, sujetándome por la cintura. Mis mejillas se tornaron rojas. De un salto me aparte y esté estallo en carcajadas.

—¿De qué te ríes? —dije medio molesta, llena de vergüenza.

—De lo monas que te pones cuando te sonrojas —me puse aún más colorada—. Pero sobre todo de la caída más tonta que hemos tenido.

Cuando los dos ya estábamos de pie y después de sacudir el polvo empezamos a camina por el paseo que habíamos tomado las tardes anteriores.

—¿Sabes montar en uno de estos? —pregunto después de estar un rato en silencio.

—Cuando era pequeña mi hermano, tenía uno, pero no era eléctrico —dije mirándole.

—¿Quieres intentarlo?  —paro el paso y las ruedas del patinete.

Asentí,  me coloque el casco que me quedaba enorme pero él me lo regulo a todo lo que pudo a mi medida. Después de enseñarme el manejo me atreví.

Cogí el truco desde el inicio, Aron iba despacio a mi lado viendo como disfrutaba del ligero desliz de las ruedas.

Llegamos a la zona costera, el viento ya soplaba con fuerza y un escalofrió hizo que mi cuerpo se desequilibrara dejándome en el vuelo. Sus firmes brazos me sujetaron, y el hierro golpeo con fuerza contra las plaquetas.

—Perdón —me disculpe cuando lo vi tirado en el suelo.

Sus manos estaban en mis costillas, que se notaban. Sus ojos estaban más profundos contra mí. No era porque estaba enfadado, si no preocupado.

Me soltó cuando puso sus sentimientos a raya.

No añadió nada más, seguimos nuestro camino. Cuando estuvimos sentados en un banco tomando un helado de vainilla, que se empeñó el en comprar y pagar por mí. Le note tenso, mientras me miraba saborearlo. Él ya había acabado minutos antes.

—Si no comes más deprisa se te va a deshacer —sus palabras sonaron suaves pero sabía que algo pasaba ahí.

Hice oídos sordos e intente comer a un ritmo neutral, o como un niño ansioso por el azúcar.

—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? —sabia a lo que se refería.

—Un año —afirme sin remedio.

—Para de hacerlo por favor, no es ese el remedio Ainhoa —dijo con dificultad.

—Lo intento cada día, pero no es nada fácil —me levante incomoda porque no me gustaba nada hablar de estos temas—. Es hora que vuelva a casa está oscureciendo.

Un mar entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora