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ARON.

La noche estaba nublada. Salí de fumar con unos compañeros de trabajo. Pintaba que iba caer la tormenta del verano. Cogí el coche acelere todo lo que pude, quería llegar a mi casa antes de que la noche se pusiera más oscura y obvio que no quería que me pillara la policía.

Odiaba tenerme que ir a la otra punta de la ciudad a fumar porros, luego tener que huir y callejear. La cosa era que algún día podría tener un accidente. No me importaba mucho en verdad. Conducía sin control alguno, mientras el agua empezó ir contra mí de repente. Por inercia la velocidad disminuyo, justo en el instante en el que la visión me dejo ver a una chica. Frene en seco, haciendo que el agua saliera disparada por debajo de las ruedas.

Era hermosa, sus ojos color marrón se iluminaban a través de los rayos que pasaban desapercibidos en los minutos que el tiempo se congelo.

No era mi intención quedarme, no era mi intención pararme y mucho menos poner en riesgo mi propia seguridad. Pero aun así me detuve y la acompañe. Puede hacer que no la había visto. Y ahora todo de mí tiraba a conocerla.

La soledad era aterradora para todos aquellos que han vivido siempre con personas a su lado. Hay personas que no tienen el cariño ni de sus padres, que ni si quiera los conocen, te han traído al mundo para soltarte a las manos de cualquiera.

En mi caso, no le quedó más remedio que hacerlo mi tío. El jefe de una fábrica de coches.

¿Es triste verdad?, como una persona solo te quiere para que su negocio no se extinga, porque no eran capaces de quedarse embarazados. Mi tía intento ser buena madre para mí, pero pronto conoció a otro tipo con el que desapareció. Hasta ahí es lo único que conozco del amor. Porque después de aquello, con siete años por las tardes acababa en la fábrica aprendiendo a soldar.

Nadie se iba a manchar las manos por mí, empapelando a mi tío por explotación infantil. Iban a acabar ellos perdiendo más.

A palos de escoba crecí, los libros eran hierros y fuego. Cansando acudía como podía a escuchar a una profesora, diciéndome lo que me tenía que memorizar, no hacia ni caso y me quedaba dormido. Era un bad boy de esos que ahora las muchachas están locas por ellos.

En el fondo yo no era malo, estaba harto de mi vida de mierda. De que tuviera veinticuatro siete alguien siguiéndome y espiándome porque mi tío así lo decidía.

Los diecinueve años me estaban dando más libertad, aunque Antonio aún no se fiaba de mí.

Ainhoa me recordaba en parte a mí, conocía el dolor que estaba sintiendo. El sentirse sola. Pero ella no veía que hay tenía una madre y un padre que matarían por ella. Cosa que otros era el inicio de un infierno.

Las dos semanas con ella era lo más cerca a sociabilizar que había estado nunca, por eso todo se me estaba haciendo extraño. Esa intención de sobreprotegerla de todo mal. Incluso sin casi conocerla, quería verla todos los días y contarle todo lo que me dolía. Pero ella está surfeando sus propias olas. Y yo la ayudaría. Esa era mi nueva misión, eso era lo que ahora me daba un motivo para levantarme por las mañanas.

No había tenido un contacto así personal ni con mis pocos amigos de metal. Como los llamo yo. Porque es todo lo que conozco.

Y ahora ya la conozco a ella. Por eso cuando sus costillas se dejan apoyar en mis astilladas manos, algo en mí se nubla. Se lo que es, sé que lo que eta haciendo. Se me forma un nudo en el estómago.

A lo lejos diviso un carrito andando de helados, de los pocos que ya van quedando, por lo que la guio hasta allí sin reproches, pido por ella que se me queda mirando incrédula, quiere pagar su helado aunque sabe que ella no lo ha pedido pero no se lo permito.

El silencio no es incómodo pero un poco tenso mientras cometemos sentados el helado, la mira detenidamente. Apenas abre la boca en dos minutos para degustarlo. Cada vez me enfado más, no con ella porque sé que se a lo que sea que le esté llevando a sentirse que deba hacer eso no es su culpa, pero debe de parar. Se las consecuencias muy bien, no porque yo lo hay decidido. Que ella si lo esté haciendo me jode.

La acompaño a casa y no estamos ninguno de los dos con humor. Me duele haber tomado así el asunto.

—Ainhoa...—dio cuando llegamos a su portal.

—Aron, no es tú culpa —me da un beso en la mejilla y se interna en el porche, donde se regresa a mirar —gracias por el helado y el paseo me lo he pasado muy bien.

La veo desaparecer por la puerta sonrió, pero el nudo aún no se ha deshecho. Al llegar a casa veo que mi tío no está. Cosa que agradezco, agarro un bol de palomitas y me voy a mi habitación,  enciendo la Play, dejo las horas correr mientras me distraigo con los botoncitos.

Cosa de las doce, apago y me meto en la cama. Mando unas buenas noches a Ainhoa y dejo que el sueño me venza. Porque mañana por mucho que me joda me toca volver a trabajar un horario de mierda e interminable.

Y si diréis que tengo suerte porque ahora soy jefe de mi sección, y por lo menos ahora ya cobro como un trabajador normal. Pero debo cumplir con más de mi deber. Y ya me estoy cansando.

Voy nadando a la deriva.

Un mar entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora