Capítulo 8

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Lucía estaba lista para su fin de semana en la montaña. Había preparado todo lo que necesitaba la noche anterior para levantarse temprano y esperar a que Nisha viniera a recogerla en coche. Decidieron repartirse los enseres: Ella se encargaría de la comida en general, incluyendo cena y desayuno, de algunas botellas de agua y de lo necesario para pasar una noche cómoda y tranquila, como podían ser las linternas o las almohadas; mientras que Nisha se encargaría de llevar la tienda de campaña y un pequeño campingaz para cocinar. En total, unos diez kilos de peso para cada una de ellas repartidos como buenamente podían. También harían vivac, así que tenían que llegar al destino antes del anochecer para poder montar la tienda de campaña a tiempo.

Apenas pasaría dos días fuera de casa. Aun así, prefirió prepara lo necesario para que ni Pablo ni Raúl tuvieran problemas durante su ausencia. Aprovechó la preparación de los bocadillos, e hizo cuatro de ellos en lugar de solo dos.

La ropa también era importante, Lucía tuvo que comprarse unas botas de senderismo que no tenía y, para el resto, utilizó la típica ropa de deporte que llevaba al gimnasio, además de una chaqueta cortavientos para la noche.

Nisha llegó a las ocho en punto de la mañana, como estaba previsto con su pequeño coche. El trayecto apenas duraría dos horas, no iban muy lejos de la ciudad, pero las vistas, según había prometido Nisha, eran alucinantes. Desayunaron en una estación de servicio que se encontraba en el camino, ambas pidieron un buen pastel de chocolate que acompañaron con dos capuchinos de máquina.

—Hace un día perfecto, algo nublado para evitar que el sol nos fría como a pollos asados. Por cierto, espero que hayas traído el protector solar.

Lucía dibujó una expresión de sorpresa en su rostro y se llevó las manos a la boca, pero poco tardó la broma, ya que le entró una risa tonta que delató su intención.

—Mierda, ¡qué mal miento! Por supuesto que lo he traído.

Acabaron el café y volvieron al coche para seguir la ruta. Ya apenas les quedaba una hora de camino y apenas había tráfico. Cantaron las canciones que pasaban por la radio para entretenerse y mantenerse despiertas.

Al llegar, no eran las únicas. El sendero comenzaba en un pequeño pueblo de montaña y, al parecer, era bastante concurrido. Varias familias se preparaban para comenzar la ascensión, tenían que apretar bien los cordones de las botas y ajustar la mochila a la cintura para que no rozara e irritara la piel.

Cuando ya tuvieron todo listo, empezaron a caminar, poco a poco para no cansarse. Tenían unas cuatro horas de ascenso, según el ritmo que llevaran, con un desnivel de ochocientos metros, unos datos que, según la guía de senderismo de la que Nisha recogía la información, eran idóneos para los debutantes en la actividad.

Ya estaban preparadas. Se aseguraron de que el coche se encontraba bien cerrado y miraron a la sierra en la que se introducirían.

—A ver si te puedo mostrar desde aquí hacia dónde nos dirigimos. —Nisha se llevó una mano a la frente para hacer sombra en sus ojos y así poder distinguir bien el relieve—. ¿Ves esas dos montañas? Pues entre ellas hay un cañón, vamos a rodearlo y, al llegar por atrás, encontraremos un circo muy bonito; a continuación pasaremos el circo y llegaremos a la cima de otra montaña, donde podremos disfrutar de una planicie que cuenta con un lago en el centro.

Todo parecía precioso, pero Lucía no pudo evitar tragar saliva con algo de miedo por no poder afrontar todo lo que venía.

—¿Cuatro horas has dicho? A mí me parece que no llegamos ni mañana a hacer todo eso.

—Si mantenemos un buen ritmo, sí, serán unas cuatro horas. ¡Venga ya! ¿No ves que hay hasta niños chicos que están dispuestos a caminar lo mismo e incluso más?

Mi luz en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora