Prólogo

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Cuando le temes a ese monstruo que permanece día y noche encerrado en ese clóset,
lloras, te lamentas por no tener la fuerza para enfrentarlo con uñas y dientes. Pero, cuando
ese monstruo sale a la luz e intenta devorar las pocas fuerzas de tu alma, no te lamentas,
simplemente temes a perder la vida en un intento de salvación.
—Meredith...no lo hagas —suplicaron los ojos de mi madre. Esos mismos ojos fijos en mí,
derramando cada lágrima de sangre, cada lágrima de sufrimiento y desesperación.
Jamás pensé escucharme diciendo lo que tantas veces leí en mis libros “Disfruta la vida, se
te puede ir en un abrir y cerrar de ojos”
—Te lo dije bomboncito...te dije que un día pagarías por todo el daño y la soledad que
causaste —aseguró ese monstruo que acechaba mis días sin descansó—. Tú jamás
volverás a ser su pequeño fuego.
La vida te da golpes, golpes que con el tiempo intentas superar, algunos simplemente se
quedan clavados como estacas en la memoria. Pero también hay golpes peores, esos que
te hacen agonizar cuando ves que tú vida se deshidrata por una bala fugaz. Mis piernas no
podían más, mis órganos se exprimían como un jugo de naranja. Y sólo en ese entonces,
recordé lo que meses atrás me dijo ese chico de cabellos rebeldes «Meredith... Nuestro
amor sobrepasará el tiempo y las estrellas, siendo recordado en la luz de cada amanecer»

Antes de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora