† 24 † Castigo

573 33 0
                                    

El sonido de la película que se estaba reproduciendo en el televisor era apenas perceptible, no porque estuviera demasiado bajo, se trataba del hecho de que tenía demasiadas cosas en las que pensar.

Entre ellas la mentira de que las situaciones difíciles tienden a mejorar luego de un tiempo. Pues habían pasado dos semanas desde que James despertó y las cosas solo empeoraban un día tras otro.

Le dieron el alta luego de una semana y Leah tuvo que anotar cada indicación que le había recomendado el médico para sus cuidados, las horas en que debía tomar sus medicamentos y la dieta que debía seguir. Aunque seguía teniendo rastros de golpes y algunas heridas vendadas no había rastro de un cambio significativo en su aspecto, sus ojos verdes volvían a estar a la vista libres de cualquier mancha rojiza que los golpes le habían causado, su cabello castaño claro estaba algo crecido y desordenado lo que le daba un aspecto mucho más rudo ahora que se había dejado crecer la barba.

Pero James no era él mismo.

Siempre se había cuidado en su apariencia y salud, lo había sido desde que lo conocía, por eso que no se dejara cortar el cabello o la barba era algo preocupante más ahora que no se cuidaba en lo absoluto. La comida y medicación teníamos que metérsela prácticamente que a la fuerza, lo que siempre terminaba en fuertes discusiones entre ambos mientras que Leah solo lloraba en silencio, pero solo entonces hablaba porque el resto del tiempo lo pasaba sumido en un profundo silencio cuando no estaba durmiendo.

Me preocupaba muchísimo que siguiera así. Porque ver como una persona que quiero se iba desdibujando un día tras otro hasta convertirse en un extraño era un proceso doloroso, insoportable.

No había nada que con Leah no intentáramos para animarlo, menos ahora que se pasaba todo el tiempo en la cama, con la mirada perdida en la ventana y una expresión de vacío.

—Tenemos que conseguirle ayuda—le había dicho a Leah días atrás—. James está deprimido.

—Lo sé—no había nada más que derrota en su voz—, pero sabes lo tajante que es con el tema de las medicinas, sabes que no se tomará muy bien que ahora queramos que lo vea un psicólogo.

Fue la única vez que hablamos del tema.

Miré a James, que estaba sentado con la mirada en la pantalla aunque no parecía estar prestándole mucha atención porque su mirada estaba estática. Leah a su lado, estaba dormida.

Ella se había llevado la peor parte, no había escuchado muchas de las discusiones que tuvieron ambos en estas dos semanas porque discutían cuando yo salía a comprar comida pero al volver James solía estar más irritable de lo normal mientras que a Leah le tomaba demasiado tiempo detener su llanto.

—Esto es insostenible, James.

Mi hermano no se movió pero me escuchó, porque se tensó con fuerza y con un notable esfuerzo se reacomodó en la cama, soltando un quejido de dolor al apoyar su mano lastimada sobre el colchón.

—Sabes dónde está la puerta—dijo con indiferencia.

James estaba a la defensiva todo el tiempo, encerrado en su propio dolor que no se permitía ni siquiera pensar en cómo la estábamos pasando nosotras. En cómo nos dolía su actitud.

Me moví en el suelo, donde había estado sentada todo el tiempo, para acercarme a la cama. Me senté de espaldas al televisor solo para que fuera mi hermano quien tuviera mi absoluta atención, James no se movió ni me miró.

—¿Y crees que con irme solucionaría en algo tu vida?—le pregunté con calma, en voz baja para no despertar a Leah—, porque si esa es la solución te juro que me voy ahora mismo.

Cuanto te deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora