† 32 † Playa

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Me sentía extraña, como si estuviera conectada a alguna clase de toma eléctrica que mandaba descargas por mi cuerpo cada par de minutos, y todo era culpa del chico sentado a mi lado.

Al menos me aliviaba saber que él se encontraba de la misma manera.

Su madre tuvo una idea, que en ese momento nos había parecido genial, sobre ir a un picnic de playa con su familia. A mí me pareció que era un poco acelerado eso de presentarme de golpe a su familia pero Judas no le dio mucha importancia, así que había conocido a su abuela, una mujer maravillosa, a sus tías y tíos, a sus primos y sus respectivas parejas para quienes tenían, a los bebés de un par de sus primas, a sus esposos.

Era un grupo de casi cuarenta personas repartido en tres mantas donde habíamos solo cinco en donde estábamos Judas y yo. Había aceptado ignorar un poco mi dieta, algo de lo que me arrepentiría al volver, para disfrutar de la comida que todos habían traído sin exagerar en las porciones.

Judas se comió todo lo demás.

Y mientras hablábamos con sus primos las cosas habían estado genial, incluso en el auto con su madre, pero ahora que sus primos habían ido a jugar en el mar y nos habíamos quedado solos era como si lo que hubiera pasado un par de horas tras, en el establo, nos cayera de golpe.

Una tensión electrizante, así la sentía. No era ni siquiera capaz de mirarlo a la cara sin sentir de nuevo sus labios por mi cuello, bajando, mientras que su mano me sujetaba para frotarme contra él.

Mala línea de pensamientos.

—Vaya—dijo una chica sentándose frente a nosotros—, justo a quienes buscaba.

Reconocí a la chica de cabello oscuro con puntas moradas que sostenía a un bebé con un traje de marinerito. Era Raquel, una de las muchas primas de Judas.

Me había parecido un detalle que los que sabían inglés de la familia me dijeran lo que los demás decían, yo no manejaba mucho el italiano, por decir lo menos, mientras que ellos habían ido aprendiendo inglés por Judas que cuando entró en el internado tuvo que practicarlo bastante.

—¿Qué quieres?—preguntó Judas con tranquilidad.

—Hice una rifa ¿Y qué creen?, se han ganado la oportunidad de hacerle de niñeros provisionales para que la tía Raquel vaya al baño.

—Raquel, no—

—Son los mejores, los adoro.

Con una sonrisa casi malévola nos tendió al pequeño bebé. Y por decir tendernos me refiero a que casi que me lo clavó en el pecho, apenas tuve tiempo para sostenerlo cuando ella se levantó y echó a correr en dirección al mar.

Judas soltó un bufido.

—Espera aquí un minuto, ya vuelvo.

—No—

Se fue antes de poder decirle que no tenía ni idea de qué hacer con un bebé. Se había desvanecido la tensión y el recuerdo de cualquier cosa que hubiera pasado antes de esto.

Nunca había tocado a un bebé antes, ni siquiera los había visto de muy cerca y aunque eran bastante tiernos también parecía un animal salvaje que me atacaría en cualquier momento. El pequeño tenía los ojos puestos sobre mí mientras se sujetaba de mi cabello, como si me juzgara, casi como si estuviera diciéndome que no servía ni para sostenerlo.

¿Qué los bebés no deberían tener una mirada más tierna?

Un par de segundos le bastó para decidir que no valía para esto porque hizo un puchero y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras soltaba los primeros y lastimeros sollozos. Oh no, que comenzara a llorar era una señal muy mala.

Cuanto te deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora