Muzan descubre alguien similar a él que es incapaz de caminar bajo el sol, pero sin ser un demonio; atada a la misma maldición en un cuerpo enfermo que él tuvo en vida humana una vez, y curiosamente, ella es idéntica a una mujer que conoció hace tan...
"Mis palabras disparan a matar cuando estoyenojado, tengo muchos arrepentimientos por eso"
—
Si alguien se enteraba de lo paciente que era con una humana, siendo ella la que lo hacía esperar y no al revés, no sabría cómo explicarlo.
Era poco más de medianoche. Ya no había gente por las calles y abundaba la calma en el lugar. Era un sitio tranquilo, y tanto demonios como humanos no venían, nadie cuerdo lo haría a mitad de la noche sobre un corto puente que conecta bosque y el borde de la aldea.
Muzan vio a lo lejos a la mujer por la que se había metido en ésta farsa, caminando hacia él. Hannae, ese era ahora su nombre.
En otro tiempo, cuando aún era humano y estaba en la cúspide de su juventud, ella solía ir a visitarlo o en ocasiones cuidaba de él cuando su médico personal —uno de tantos, y quien era el padre de ella— se ausentaba. Venía a hablarle incluso cuando él no quería oír nada, siempre fue ella quien más decía, y aunque muchas veces Muzan fingía escucharla, otras veces realmente le interesaba algo de lo que le contaba.
Su paciencia y tolerancia con él eran de admirar para el resto, ya que Muzan siempre los estaba alejando, a ella y a cualquiera que se le quisiera acercar. Levantar su ánimo, hacerlo reír, hacer que quisiera hablar... eran cosas que nadie podía lograr. Es por eso que en un inicio fue difícil para ella permanecer más tiempo con él.
La gente cercana le decía que si quería conservar su dignidad intacta, lo mejor era que se alejara de Muzan Kibutsuji. Se lo dijeron porque sabían del interés que tenía por él y que él no veía, o se negaba a ver. Por su parte, ella los ignoró. Bastaba con tenerlo cerca y verlo.
La toleraba más que a los demás, eso era todo. Esto le hizo creer que quizá se ganó un singular aprecio por parte de Muzan.
En ese momento, él tenía en la mente una sola cosa: recuperarse. El amor, el compromiso o las amistades eran irrelevantes para él, pensó que si no conseguía sanar y no tenía nada de eso, entonces nada perdería; tampoco importaba si tenía todo aquello si al final su vida sería corta.
Pero como cualquiera, soñaba con algo: Si lograba escapar de la muerte, entonces tendría todo el tiempo del mundo para conseguir las cosas que su enfermizo cuerpo le impedía alcanzar.
No pedía nada más que vivir.
Un médico tras otro le daba esperanza con que pronto sanaría. Tal vez se lo decían por lástima o porque simplemente ya no tenía salvación pero querían seguir robando su dinero con falsas promesas.
Su único problema con ella era su optimismo e ingenuidad por creer que él sanaría. ¿Acaso no veía todo el dinero que le estaban quitando esos farsantes? No, ella no lo podía ver si uno de esos farsantes era su padre.
La impaciencia de Muzan crecía cada día sin que pudiera recuperarse, eso lo llevó a perder cualquier esperanza y sólo le trajo más molestias y falta del buen juicio.
Su padre, el médico, era un fraude. Consideró que ella también podría serlo, querían robar su dinero únicamente y por eso ella se acercó a él. Es lo que él creía. Así que la acusó de serlo, una farsante igual a su padre. Y no había mayor ofensa que ésa para la familia.
No dudaban en que Muzan tenía el poder para arruinar sus vidas, y así lo comprobaron. La reputación de la familia estaba arruinada con sólo una pésima acusación de parte de Kibutsuji.
Mientras ellos se hundían en la vergüenza, Muzan finalmente había recibido la "cura" a su enfermedad, una medicina que por fin había dado frutos, aunque duró pocos segundos su alegría. Su efecto pareció desvanecerse y, enfurecido, asesinó al médico. Luego la pesadilla llegó.
Tuvo hambre. La necesidad de comer carne humana.
En su hogar y un momento que no recordaba, masacró a la servidumbre entera sin piedad, devorando gustoso su carne y bebiendo su sangre. No tuvo control de sí mismo. Cuando se recuperó y vio el desastre, se encontró con la única mujer que mostraba interés en él. Imaginó que la asesinó sin querer.
No merecía un final así. Quiso considerarla estúpida por haber seguido ahí aun cuando la trató mal, pero recordó que, de no haber sido por su carta, ella no hubiera acudido a la petición de su encuentro. No recordaba por qué pidió que viniera a verlo una última vez, y más aun por qué ella aceptó visitarlo.
Todavía no era un monstruo desalmado, por eso la tomó con cuidado en brazos y la enterró bajo el gran árbol de cerezo que se encontraba en su jardín.
Junto con ella dejó su lado humano, y con el pasar de los años, la olvidó.
No tenía sentido que ella ocupara su mente. Se casó con mujeres para mantener un estatus social y apariencias porque tenía enemigos por todos lados que lo habían estado buscando por años, su cuello tenía un precio muy alto que no les concedería tan fácil. Nunca hubo interés ni sentimiento alguno por ellas.
Y así debía permanecer.
Entonces ella regresó. Viva. La reconoció al instante en una noche, sin embargo ella no podía decir lo mismo de él. ¿Podría tratarse de una coincidencia el hecho de que se pareciera tanto a su amiga fallecida de hace más de mil años?
Estaba lejos de ser real, por lo que quiso comprobar que sus ojos no lo estuvieran engañando y por semanas la estuvo observando desde lejos antes de decidir acercarse finalmente. Notó que ella frecuentaba el mismo lugar, acompañada de un miserable gato blanco.
Y descubrió que lo único que permanecía igual era su rostro. Si alguna vez ella tuvo una vida anterior, ya no la recordaba. Su nombre había cambiado a Hannae. Muzan no sabía por qué, cómo ni para qué ella estaba aquí, pero si le confesaba que ella era la misma imagen de la mujer que cuidaba de él y que murió hace más de mil años, la asustaría y no lograría nada. Con tenerla cerca era suficiente por aquel momento, poco a poco obtendría respuestas.
Llevaban esta rutina extraña por al menos ocho meses donde cada trece días se encontraban en el mismo lugar durante la noche. Pero para ser honesto, ella era un irritante recordatorio de aquello que quería dejar atrás, bienenterrado.
Por eso quería acabar con la vida de Hannae, otra vez. Luego pensó que quizás ella volvió con un motivo más relevante que sólo recordarle la vida que tuvo antes. ¿Debía convertirla en demonio? ¿Se uniría a su causa? ¿Podría saber algo del Lirio de Araña Azul?
¿La dejaría viva sólo porque se parece a una mujer muerta que solía conocer? Sí, la dejaría viva hasta saber por qué seguía aquí.
No tenía la certeza de cuánto más duraría esto o siquiera si sus dudas con esa mujer serían resueltas, y aun así lo arrastraba a venir.
En pocos meses, Muzan se ganó la confianza de Hannae, entabló una extraña amistad con ella usando palabras rebuscadas que ya olvidó cuántas veces las dijo a una nueva y futura prometida.
—Llegas tarde.
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