Mi pie golpea con frenesí la base del taburete sobre el que me siento. Matthew, a mi lado, se apoya contra la barra del bar, agitando tranquilamente el vaso de tónica que se acaba de pedir. Con la intención de conseguir algo de privacidad hemos subido al piso de arriba de la sala de conciertos, los dos solos. Desde que me he sentado he sido incapaz de soltar una sola palabra.
Matthew espera pacientemente, saboreando su bebida y paseando la mirada entre la gente animada que se mueve al ritmo de Lady Gaga. Sin embargo, los minutos pasas y su paciencia parece agotarse.
—¿Me vas a decir por qué me has sacado del concierto de tu banda, o está es otra manera retorcida de tomarme el pelo?
Mierda.
—Esto no es nada fácil —me quejo entre dientes. Aquello parece molestar al rubiales.
—¿Qué no es fácil, Benjamin?
Suelto un largo suspiro. Aprieto con tanta fuerza el borde de mi asiento que noto mis nudillos protestar.
—Disculparme ¿vale? —admito por fin—. Quiero disculparme por haber sido un gilipollas antes.
Matthew no responde de inmediato. Preocupado vuelvo la mirada hacia su rostro, para toparme con sus ojos entrecerrados, mirándome. Aquello no hace más que ponerme más nervioso, las palabras empiezan a salir con rapidez de mi boca.
—Lo que dije en el coche... no lo pienso de verdad, nunca lo he pensado. Lo dije porque estaba cabreado.
El chico suelta un resoplo con brusquedad.
—Siempre estás cabreado.
La respuesta me sale automática.
—Porque siempre me sacas de quicio —inmediatamente me doy cuenta de que la estoy cagando de nuevo. Suelto un gruñido de frustración—. Mira, da igual la razón. La cosa es que fui un idiota y lo siento.
—No quiero que lo sientas, Benjamin. No vale con disculparse, lo que vale es que no lo vuelvas a hacer. No puedes ir por ahí acusándome de cosas que nunca haría sólo para hacerme daño.
Me tengo que morder el labio para no iniciar otra absurda discusión. Contar hasta diez, respirar hondo.
—Lo entiendo —consigo mascullar, pero mi tono es sincero—. No volverá a pasar.
Matthew parece meditar mis palabras, asintiendo levemente.
—De acuerdo —Su voz tranquila apacigua un poco mis nervios—. Acepto las disculpas —De un solo movimiento vacía el vaso de tónica—. Ahora si me disculpas, creo que voy a volver al concierto.
Siento la ansiedad invadirme de golpe. Una voz en mi mente me grita, <<No, no, no. No le has dicho todo lo que querías decir>>. Antes de que se incorpore y pase de largo mi mano se aferra con fuerza a su muñeca, impidiendo que se mueva.
—H-Hay algo más —mierda, mierda. Siento como los nervios me revuelven el estómago. ¿Cómo le puedo decir el resto? ¿Qué quiero exclusividad? ¿A santo de qué le diría algo así? Sonaría vergonzoso, y encima tendría que dar explicaciones por mi cambio de parecer ¿Por qué demonios me importa tanto que se acueste con Lucy?
—¿Y bien?
La voz de Matthew interrumpe mis pensamientos, causándome un respingo. Sus ojos se clavan en mí, expectantes.
—Podría haber ganado la apuesta desde el principio —suelto de sopetón. Mucho antes de procesar las palabras en mi mente, y está claro que no son las palabras adecuadas por la expresión distante que pone el rubio.
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El imbécil de Matthew Bell
Roman pour AdolescentsHay muchas cosas que el gruñón de Ben odia. Las clases por la mañana, quedarse sin cigarrillos, los cotilleos sin sentido, que su viejo le hable, la carrera que le han obligado a estudiar ... pero parece que Matthew Bell, su forzado compañero de hab...