V. ¿Por qué no?

1 0 0
                                    

Llevaba casi una hora sin poder pensar en otra cosa que no fuera Cece.

Cece era una de las chicas a las que recurría con regularidad cuando simplemente quería follar sin más pretensiones. Era dos años mayor que él y la había conocido cuando ambos estaban en el instituto, ella en el último año y él en el segundo. Eran amigos, pero no íntimos, al menos en el sentido de los amigos. Follaban de vez en cuando y eran el consejero del otro cuando lo necesitaban. No mucho más.

Y Neil llevaba una semana lo suficientemente mala como para buscar a alguien que ya lo conociera en más de un sentido. Hablaba con algunas chicas y ya se había acostado con alguna de ellas durante el verano, pero siempre era reconfortante volver a ella en momentos malos.

Así, la había invitado a estrenar su habitación. Era martes a mediodía y se suponía que la única que iba a estar en el piso era Colette, en su habitación en la otra punta del piso. Se suponía que Catalina y Daryl estaban en clase, se habían ido pitando con el coche de Neil a la facultad, justo después de volver de la compra los cuatro juntos.

Cece le acariciaba la cintura distraídamente, casi con la boca en su oreja mientras le susurraba las cosas que pensaba hacerle. Neil intentaba meter la llave en la cerradura de la puerta del piso sin éxito. Estaba demasiado cachondo para poder abrir la puerta siquiera. Cuando consiguió acertar, no tardó nada en tirar de ella para entrar en el piso, cerrar la puerta y estamparla contra ella para besarla.

Dios. Las ganas que tenía de liberar un poco de tensión.

La chica le respondió el beso al instante, con exactamente la misma intensidad y las mismas ganas. Ambos habían echado de menos alguien que los conociera tan bien. Neil le agarró el cuello con una mano mientras ella tenía las suyas enterradas en su pelo. Neil apretó un poco y Cece gimió contra su boca. Al escucharla, esbozó aquella sonrisa de diablo y pasó de la boca a la línea de la mandíbula y luego al cuello, apartando su mano.

Solo escuchaban los besos y los jadeos de Cece. Su infinito pelo rubio le hacía cosquillas en la cara mientras le besaba el cuello en el lugar en el que más tarde habría un chupetón. Neil no necesitaba mirar para saber que ya se le estaba poniendo dura. Cuando no pudo más, Cece volvió a dirigirle la boca a la suya con ayuda de sus manos y luego estas acabaron en el final de la camiseta del chico. Se la quitó con agilidad en el segundo que Neil se separó para respirar.

Entonces, las manos de Cece estaban por todas partes: por su cuello, su pecho, sus abdominales, el tatuaje que tenía a un lado del pecho y la cintura...

—¿Y esto? —le preguntó entre jadeos.

—Luego te lo cuento —le dijo antes de volver a besarla de aquella manera casi feroz.

Llevaban el suficiente tiempo sin verse como para que Cece no hubiera visto el tatuaje entre el costado del pecho y la cintura que se había hecho en julio. Era un mandala que había diseñado su madre. Cuando ahorrara lo suficiente pensaba tatuarse en el otro costado algo relacionado con su hermana, todavía no sabía el qué.

Y entonces, Neil escuchó un carraspeo muy fuerte y su nombre. Casi se le baja la erección de golpe. Tenían público.

Se dio la vuelta en dirección al salón y allí encontró a Colette, Kenickie, una compañera que tuvo en el instituto y un chico al que no había visto nunca. Cece soltó una risita nerviosa detrás de él al darse cuenta de su presencia también.

—Joder —fue lo primero que soltó por la boca—. Perdón. No sabía que había gente en el salón.

Colette, entre la cara de incomodidad (Xenia, su antigua compañera, y el otro chico) e irritación (Kenickie), tenía una expresión divertida en la boca.

Plus ultraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora