Los pies de Ninet se movían con tanta velocidad que era casi imposible verlos sobre el pasto verde. Una de sus manos se aferraba a la falda del vestido blanco que usaba para dormir y la otra protegía su rostro de las ramas a medida que corría.
Unos débiles rayos solares penetraron entre la frondosa vegetación y la neblina, alcanzándola en una de sus caídas. Bufó por los raspones que se sumaban a los que ya lucia en los brazos y las rodillas. El cuerpo le estaba exigiendo que se detuviera pero no podía, necesitaba alcanzar a Alan.
El instinto le había hecho ir al bosque, a lo más recóndito de la isla donde todos sabían que los protectores tenían su fortaleza pero a donde nadie se atrevía a adentrarse. Era capaz de sentir ese vínculo invisible que la atraía a su destinado, con una urgencia desmedida. No era el momento de hacerle caso a las lesiones y exigencias de su cuerpo.
Atravesó con la mayor rapidez posible las faldas de las colinas, mirando en todas direcciones en búsqueda de señales que pudieran ayudarla a adivinar el camino. La neblina se hacía más y más espesa con cada metro ganado a la distancia, como una protección y es que ese era el poder de los que resguardaban al clan.
Una brisa helada le agitó los negros mechones que se desparramaban a su alrededor, haciéndola mirar hacia el este donde sus ojos ambarinos exploraron sin descanso. Hasta que encontró algo que le detuvo la respiración: la cabaña de sus sueños. Aquellos que habia estado teniendo un tiempo atrás.
—Las bendiciones de los dioses son hermosas y variadas. —El susurro espeluznante la hizo girar buscando la presencia de la hechicera, mas estaba sola.
—¿A qué te refieres, Hela? —exigió saber con un grito a la nada.
—No pierdas tiempo, mensajera, el destino no se detiene porque tú lo hagas.
Como si esas palabras hubieran activado algo en su cuerpo los músculos se le tensaron antes de volver a iniciar la carrera. Su mente se movía con la misma velocidad de vértigo que ella. ¿A qué se habia referido la bruja con las bendiciones de los dioses? Estas hacía años que se habían perdido, poderes especiales que las deidades antiguas habían otorgado a sus favoritos.
Ellos a causa de la maldición perdieron la capacidad de transformase en sus bestias, aquellos enormes dragones que una vez surcaron los cielos.
Con precaución comenzó a disminuir la velocidad a medida que el espacio entre su destino y ella se reducía. Necesitaba conocer primero cual era la situación antes de actuar, ser demasiado impulsiva solo provocaría que las cosas se fueran al desastre. Se escondió detrás de un frondoso árbol, mirando a escondidas.
Agachó la cabeza al percatarse de que la puerta de la cabaña se abría y el líder de la casa protectora emergía de ella. A la zaga de él la imagen pálida y llena de arrugas del barquero le removió el interior a Ninet, quien se agachó para que su presencia pasara inadvertida.
—¿Puedo irme ya? —preguntó el señor Greene secándose con el dorso de la mano el sudor de la frente.
El protector lo miró con desdén desde su altura, haciéndolo agachar la mirada. Sabía bien que el barquero habia jugado sucio sacando al extranjero más allá del límite. Sin embargo las órdenes de Drakar fueron claras durante la sesión del consejo: si el humano salía sin la marca quedaba bajo la justicia de ellos.
No por eso iba a dejar que aquel que se hacía llamar parte del clan saliera indemne de la situación. Con un silbido llamó a los dos de los suyos que estaba adentro custodiando al prisionero. Sus posturas rígidas indicaban que estaban listos para obedecer.
—¿Cuáles son nuestras órdenes? —pronunciaron al unísono.
El barquero dio un paso atrás, queriendo mantenerse lejos de ellos.
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El vizconde y el dragón
Historical FictionUna dama fuera de lo común. Lady Ninet Graham es descendiente de una de las familias más antiguas del Reino Unido, sin embargo esconden un secreto. La sangre antigua y poderosa que recorre sus venas y brilla en los ojos, el recuerdo de lo que una ve...