Capítulo 6.

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Alan supo que lago no andaba bien cuando la joven Ninet no se unió a él durante el resto del día, incluso los alimentos de la noche le fueron llevados a su habitación. De manera directa no le dijeron que no podía salir de allí, pero quedó claro que la anfitriona no le haría compañía.

¿Quiénes eran el consejo? Si la familia Graham eran los duques de Montrose y los dueños de aquel territorio ¿por qué la piel de la dama se había vuelto blanca ante la sola mención?

Se fue a la cama con demasiadas interrogantes y sin ninguna respuesta. A la mañana siguiente se armó de valor y le preguntó a la doncella, Ágata, dónde podía encontrar a su señora. Tras mirarlo con un evidente gesto de desprecio le informó que ella estaría ocupada con los pequeños de la villa. Ante la escasa información que le dieron, porque también indagó en el poco personal de servicio que pudo ver y que le hicieron caso, no le quedó más remedio que comenzar a vagar en búsqueda de la joven por la fortaleza.

La encontró en un jardín inundado de rojas rosas, dirigiendo a un pequeño ejército de personas que se movían como hormigas de derecha a izquierda bajo sus indicaciones llevando sillas, manteles, arreglos florales y bandejas con comida. Llevaba un sencillo vestido blanco, con algunos adornos verdes y amarillos. Habia visto esa combinación en algunos de los tapices, quizás eran los colores con los que se identificaban.

Aunque sabía que era una estupidez, puesto que el jardín era de la dama, tomó una de las rosas; teniendo especial cuidado con las pequeñas y afiladas espinas. La ocultó a su espalda y se le acercó sin hacer mucho ruido.

—…Pongan esas mesas más a la derecha, que las copas delos árboles las protejan, así los niños no se enfermarán por el aire frio de la noche —indicaba señalando hacia donde las quería—. También ganaremos espacio para la pista de baile sin que haya ningún problema con los que deseen permanecer sentados.

—Buenos días, mi lady, así que aquí es donde se ha estado escondiendo de mí —susurró Alan haciendo que se girara en su dirección. Tenía las mejillas enrojecidas y enmarcadas por dos mechones negros trenzados con cuidado—. Se ve hermosa esta mañana —la halagó, porque era más que cierto, ofreciéndole la rosa.

—Buenos días, Alan, gracias por el detalle —expresó con una enorme sonrisa en el rostro y aceptando la flor—. ¿Quién te dijo que era mi cumpleaños hoy? Ni yo misma he tenido cabeza para recordarlo pero aquí estás tú con un regalo.

—¿Es tu cumpleaños? —Los dos se miraron con estupefacción y empezaron a reír. Alan acomodó unas hebras que se le salieron del moño alto que llevaba y acunó su mejilla con delicadeza—. No imaginé que mi estancia coincidiría con una fecha tan importante. Ahora siento que mi presente no ha estado a la altura.

—¡Es más que suficiente! —Se apresuró a indicar la joven, llevando la rosa hasta la altura de su rostro para oler la fragancia—. Con tu presencia aquí harás este día especial.

El corazón de Alan se aceleró ante tanta franqueza y carraspeó un poco para poder disimular.

—¿Puedo ayudar en algo? Ágata me dijo que estarías organizando una actividad para los más jóvenes de la villa. —Ninet asintió, colocándose la flor entre los negros cabellos.

—¿Cómo se me ve? —preguntó girando un poco para mostrarle mejor.

—Preciosa —ultimó él.

—Gracias y, si deseas ayudar, puedes darnos una mano con esas mesas de allá. —Señaló hacia el lado oeste donde habían otros hombres—. Lo demás lo iremos viendo en el camino.

Los preparativos ocuparon la mayor parte de la mañana de los presentes. Ninet, a pesar de ser la homenajeada, cada año preparaba una fiesta en la que todos pudieran disfrutar en paz. Todo lo sucedido con Hela, la luna de sangre, encontrar a Alan y para finalizar la reunión con el consejo le habían sacado de la cabeza que la fecha estaba ya aquí. En circunstancias normales habría tenido una mayor preparación, pero a veces de los mayores improvisos salían los mejores recuerdos.

El vizconde y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora