Capítulo 5.

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Alan llegó hasta la villa por un angosto camino de piedra. Varias caras lo miraron con escepticismo y algunos murmullos se escucharon a su paso. Al parecer, al ser una pequeña población, cualquier foráneo era notado de inmediato. Pensó que era algo lógico, más si extraño que nadie le correspondiera el saludo. Lo intentó con ancianos, niños, vendedores, con cualquiera que caminó por su lado; pero le huían como si estuviera infectado con la peste negra.

Al final terminó vagando solo hacia la orilla de la playa. Confirmó que en efecto era una isla pequeña, en alrededor de tres horas estaba en el mismo punto donde habia iniciado.

¿Qué demonios se suponía que haría ahora? Su honra como caballero no le permitía estar bajo el mismo techo que una dama sin carabina, aunque la doncella personal de lady Ninet parecía ser capaz de cumplir esa plaza a cabalidad. Se reprendió mentalmente por su comportamiento indecente para con ella.

No sabía lo que lo habia poseído la noche anterior, pero estar cerca de la joven le hacía hervir la sangre y avivaba sus deseos más primitivos.

—Ahh, aquí está —escuchó detrás de él. El cuerpo se le tensó ante la melódica voz femenina. Mantuvo la mirada en el mar e ignoró que ella se sentó a su lado—. ¿Qué le pareció mi hogar?

Ninet esperó con nerviosismo su respuesta, el estómago no dejaba de brincarle como si fuera una pelota. 

—Es… pintoresco —terminó por decir Alan ante la insistencia de la mirada dorada sobre su rostro. Paseó una mano entre sus rojos cabellos y suspiró derrotado—. Sabía que todos me ignorarían, ¿verdad? Fue por eso que me dejó partir con tanta facilidad de la fortaleza.

La joven se encogió de hombros y comenzó un rítmico movimiento circular con la mano derecha sobre la arena. Las olas rompían contra la playa de manera intensa y algunas aves marítimas se acercaban en búsqueda de alguna presa.

—No somos muy comunicativos con el mundo exterior —confesó Ninet luego de un tenso silencio—. No hemos tenido buenas experiencias.

En el pasado cientos de su gente habían fallecido en las absurdas guerras de conquista de los reyes ingleses y, antes de eso, los habían cazado. Por eso la función de su familia era tan importante, eran una especie de guardianes que se encargaban de que la verdad del clan quedara enterrada en un olvido fantasioso y poco probable, además de llevar la información importante. Y por eso todos los respetaban.

—Pero arriesgaste tu vida por salvarme —le recordó Alan, alternando sin poder contenerse entre un lengua formal y uno más íntimo.

—Cualquiera en mi lugar lo habría hecho. —Una ronca carcajada masculina le estremeció el cuerpo.

—Créeme, con lo que he visto hoy, me he dado cuenta de que eso es poco probable.

—Te encontré aquí, ¿lo recuerdas? —dijo ella de súbito.

Alan abrió los ojos azules que simulaban un océano calmo y miró alrededor.

—No, la verdad es que no. —Recordó la estampa de la joven en ese momento: empapada por el agua marina, con los cabellos adheridos a su cuerpo y aquella casi traslucida camisola. Se aclaró la garganta para poder seguir con la conversación—. ¿Cómo fue que me viste?

La mirada femenina se dirigió a sus cabellos y esbozó una enorme sonrisa.

—Me pareció que eran un hermoso fuego —susurró Ninet con una exhalación.

A lo largo de su vida el vizconde de Midleton habia escuchado cientos de burlas y halagos con respecto al color rojizo que lo acompañaba, sin embargo jamás ninguno le estremeció como esas simples palabras. Observó los delgados labios de ella, parecían estar llamándolo. Una de sus manos con vida propia acunó la suave mejilla y deslizó el pulgar cerca, demasiado cerca, de la comisura.

El vizconde y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora