lX

828 63 1
                                    

Aiker

La maldición de mi familia corría por mis venas y desgraciadamente no podía eliminarla. Quería renunciar a mí inmortalidad, ese castigo que me había bendecido desde el día de mi nacimiento. Al comienzo lo vi como algún regalo de la naturaleza, pero con el paso del tiempo fui perdiendo amigos, amores; muchas cosas cambiaron. Tuve que dejar atrás una cultura, una forma de vivir y luego otra; y así debía adaptarme cada vez que las personas quisieran cambiar sus religiones, sus leyes, sus formas de ser y hasta el mismo mundo. Tuve que cambiar tantas veces que ya no sabía quién era en realidad o que hacía aquí todavía.Quise dejar de existir, lo intenté, pero no es fácil renunciar a la vida, cuando ni siquiera tienes vida.

Entonces la conocí a ella. Su larga cabellera negra le llegaba hasta la cintura. Esos hermosos ojos esmeralda brillaban a la luz de la luna mientras me observaba. Su cuerpo tan pequeño temblaba de frío, así que yo le presté mi abrigo para cubrirla. El invierno daba paso a la primavera, por lo que aún se sentía el frío. No sé qué hacía una pequeña sola en el bosque.

Hace diez años

Recuerdo ese día, donde la noche brindaba ese sentimiento de paz. Era la primera vez en décadas que sentía una calma inigualable. Ella estaba ahí, frente a mí. En su miraba estaba plasmada la curiosidad, así que no tardó en comenzar:

-¿Por qué estás aquí?- preguntó con inocencia.

No sabía lo que era, ni a lo que me dedicaba. Mis colmillos me pedían a gritos que tomara su vida en mis manos, pero mi mente estaba en contra. Algo me decía que ella haría un cambio en mi vida, pero nadie me avisó que ese cambio sería para mal.

- Solo dando un paseo-, le respondí y ella pareció confundida - ¿Qué hace una niña tan pequeña sola a esta hora de la noche en el bosque?

- ¡No soy pequeña! - me grito molesta - tengo seis años y en un mes cumpliré siete.

Inconscientemente hizo un puchero y contrajo sus labios de una manera tierna. Se veía tan linda con ese vestido azul adornado por pequeños lacitos blancos.

- ¡Vaya! - expresé fingiendo asombro- ¿Siete años? Ya casi eres toda una mujer.

- Lo sé-, comenzó a balancearse hacia adelante y hacia atrás- así que no me trates como una niña. Soy tan grande como tú-. Pequeña, no sabes lo que dices.

- Deberías ir a casa-, le acomodé un mechón de cabello detrás de la oreja - tus padres deben estar preocupados.

Me levanté listo para irme, pero ella fue más rápida que yo y me tomó de la mano. Bajé la mirada y vi que quería preguntarme algo, así que me agaché para poder prestarle mejor atención.

- ¿Cómo te llamas?- le pregunté al ver que no decía nada.

- Rose-, ese nombre me recordaba a las rosas que mamá solía plantar en el jardín de la casa - ¿Cómo tú te llamas? - me preguntó ella.

- Lo siento-, sonreí apenado. De verdad me hubiera gustado responderle esa pregunta - eso no te lo puedo decir.

-¿Qué edad tienes?- me volvió a preguntar.

- Más de los que puedas contar-. La niña abrió los ojos y luego los achinó, como si no me creyera.

- ¿Nos volveremos a ver?- reí al escuchar esa pregunta. ¿Quería volver a verme?

- Tal vez-, le acaricié el cabello - ahora sí, vete para tu casa.

-¿Puedes darme un solo nombre? - fue lo último que me preguntó.

-¿Para qué quieres saberlo?

- Para poder llamarte cuando en un futuro nos reencontremos-. Me lo pensé un momento.

La Sed De Los Vampiros [#1: Páramo] [Sin Corregir]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora