VIII

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Nuestras miradas se encontraron y el deseo que habíamos estado conteniendo finalmente explotó. Nos besamos con la misma pasión que aquella primera vez que recordé repentinamente.

Nuevamente éramos presos de nuestros impulsos y deseos.

Beso a beso desesperado, nuestros cuerpos se acercaron cada vez más hasta que finalmente estuvimos completamente desnudos y fundidos el uno con el otro.

Mientras todo transcurría en cámara lenta, la temperatura se elevaba cada vez más, la intensidad del momento hizo que nuestros movimientos se sincronizaran al compás de nuestros corazones.

Una danza íntima se había formado.

El placer era mutuo. Ninguno se olvidaba del otro.

El tiempo, el espacio, el todo no importaba en esos momentos.

Cada beso, cada caricia, cada gemido que se escaba de nuestros labios, hacía que nos acercáramos aún más el uno al otro.

Segundos, minutos, cuartos, medios, hora, 1 hora fue lo que duró su falta de cordura. El clímax ya había llegado, y no quería forzar nada más.

Acurrucados el uno con el otro, aun jadeando, disfrutamos de la tranquilidad del momento.

Después de un breve silencio, nos miramos a los ojos con una sonrisa cómplice y entendimos que lo que acababa de suceder, aunque ambos tuviésemos dudas, no cambiaría nada entre nosotros.

En sus pupilas el color que yo esperaba, el amor que desprendía, lastimosamente ella me estaba amando. Y yo no podía asegurar lo mismo. Me pregunto que color se podía ver en mis ojos.

Sí... en verdad me lo pregunto.

Un suspiro largo fue lo que ella soltó. La luz del atardecer logró hacerse paso entre las cortinas y se reflejaba en su piel desnuda. Era hermosa, pero algo en su mirada parecía preocuparla.

¿Estás bien?

Ajustó su mirada en mí y la fijo en mis ojos. No respondió de inmediato, pero finalmente habló en un susurro:
¿Y si esto es todo lo que somos el uno para el otro? A veces... yo... me pregunto si esto es suficiente...

¿Tal vez una aventura? ¿Una relación simbiótica? No... el que se aprovechaba de la situación y solo quería disfrutar era yo.

Tenía que mentirle. No tenía otra opción.

No lo sé. Lo mejor es no asegurar nada, ¿no crees?

Ella asintió lentamente, pero sus ojos mostraban la misma preocupación que nace cuando el amor lo hacía.

En sus ojos, aunque se reflejaba el color del amor, también se reflejaban las dudas en su cabeza.

Los ojos son el reflejo del alma... nunca pensé que ese dicho fuese tan literal.

Pero–...

Cuando pensé que todo había terminado por hoy, ella continuó.

¿Qué pasa si uno de los dos quiere algo más? ¿Si... uno de los dos... se enamora? —preguntó, con un tono de voz tembloroso.

No podía responderle. ¿Amar? Tal vez no era ni siquiera posible en mí.

Sin embargo, dejarla ir no era opción.

No creo que eso vaya a pasar. Estamos bien así, ¿no crees?

Ella no respondió de inmediato, me miró una vez más, pero negó con la cabeza de forma sutil.

Algo en su cabeza había sido rechazada por ella misma. Tal vez un intento más, tal vez el tiro de gracia.

Sí, supongo que sí.

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