10. La salida

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La chimenea del tren sonaba, era indicio de que estaba pronto a partir y el carbón ya estaba en su punto.

Jungkook llevaba un tiempo en el frente sirviendo como enfermero y estos días libres le habían refrescado al haberlos pasado con su amado Seokjin.

-Contacté al Coronel Halligan. Dijo que tardaría una semana en dar nuevas órdenes. -musitó tomado de la mano del joven mientras lo encaminaba a la entrada del tren.

-Jin, no me parece bien que usemos nuestras conexiones. ¿Y esos hombres? Nadie cambiará sus órdenes.

-No entiendo por qué siquiera querrías...

-Lo que quiero es que mi esposo esté conmigo en casa. Pero no puedo tener eso ahora. -susurró -Si la gente usa el sistema para su propio beneficio, será mejor que abandonemos el barco y empecemos a hablar alemán.

-Escuchas las razones y no a tu esposo -Seokjin sabía que con sus contactos podría acortar su estancia sirviendo en la guerra y así poder regresar ambos a casa sin tener que esperar a que todo termine.

-Cariño, todo va estar bien, estoy seguro. Yo estaré bien. - Jungkook tranquilizó el corazón del mayor, mientras le acariciaba el pecho con una mano para luego acomodar su sombrero. -Tienes que confiar en mí.

-Pobre del hombre que se meta entre tú y tus objetivos. - le sonrió resignado. - Dios, ¿por qué encuentro tu terquedad tan atractiva? -Le miró a los ojos, enamorado.

-¡Todos a bordo! -Gritó alguien.

Seokjin tomó la puerta del tren y la abrió para permitirle a su esposo subir.

-Como dicen, llegó la hora del adiós - Jungkook subió y Jin cerró la puerta detrás de él. Se volteó de inmediato y abrió la escotilla de la ventana para asomarse una última vez.

-Esto está mal, Jungkookie. - Dijo acercándose a él. - Yo debería ser el que se va al frente, no tú.

-No veo lo malo en que yo sirva al país, soy muy valiente ¿Sabías?

-Por favor, no corras riesgos innecesarios.

-No lo haré.

-Te amo -Dijo finalmente para tomarle sus suaves mejillas y acercarse a besarlo por una última vez ese año.

Jungkook se agarró por detrás de sus orejas con miedo a soltarlo, sin saber si sería la última vez que lo viese.

Una vez en el campo de batalla, bastaba una granada, un disparo, un misil y ya no habría más futuro para él.

Pero sabemos que ahora era el pasado lo que importaba.

-¡Te amo! -Gritó el menor.

-Prométeme, que siempre vas a regresar a mí. Siempre encuentra el modo. -Suplicó.

-Lo juro, te buscaré.

Y el tren se fue.
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Un balde de agua fría lo cubrió de la cabeza a los pies.

Literalmente.

-El agua fresca lo ayudará. Lo mantiene lúcido y fuerte - Mencionó la señora Fitz, quien había ido a visitarlo al sótano.

-Me puedo bañar y vestir solo -susurró con los dientes castañeantes. Bañarlo con agua fría en pleno otoño con un día tan feo como ese, debería ser considerado una tortura.

Danza bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora