1. Forastero

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Las personas desaparecen todo el tiempo, los niños se alejan de sus padres, pierden el rumbo y nunca son encontrados. Amas de casa, con el dinero de las compras toman un taxi y se van a la estación de trenes.
Después de todo, las desapariciones siempre tienen una explicación.

En general.

Es raro las cosas que uno recuerda, imágenes, sensaciones y sentimientos que nos acompañan por años, como el momento en que Jeon Jungkook se dió cuenta observando la vitrina de una tienda, de que nunca había tenido un florero. Que nunca había vivido en ninguna parte el tiempo suficiente para tener algo tan simple. Y cómo, en ese momento, no deseaba nada en el mundo tanto como tener un florero que fuese suyo.

Era martes por la tarde, seis meses después del final de la guerra.
Miró al horizonte perdido en esos recuerdos que a veces le aplastaba el pecho.

Y ahí estaba, cubierto de carbón, sangre y fluidos que no le pertenecía a él, si no a los soldados.

- ¡Sostenganlo! ¡Sostenganlo ahora mismo! ¿Me oyen? – Pidió mientras presionaba la herida sangrante del hombre retorciéndose por la extremidad destrozada.
- ¡Dios! ¡Voy a morir! ¡Voy a morir! – Exclamaba quien por la adrenalina casi no sentía dolor pero veía emanar con agresividad la sangre tibia de su pierna.

La sangre le salpicaba en la cara en ritmo con las pulsaciones del soldado ya que la arteria estaba perforada y nada más le quedaban un par de segundos de vida si no lograba detener la hemorragia.

- ¡Sujetaré la arteria femoral antes de que se desangre! – Avisó el joven enfermero.
- Está bien Jackie. Irás a casa, amigo – Le susurraba en consuelo uno de sus compañeros.
- ¡Oh Dios mío!

De pronto aparece alguien quien parecía ser el médico del escuadrón. Tomó una jeringa que contenía morfina y se la inyectó en el hombro para luego ubicarse al lado del joven de cabello negro azabache.

- Yo me encargo, enfermero – Le dijo tomando las pinzas que sujetaban la arteria del joven soldado – ¡Bisturí! – Y entonces se desprendió.

El enfermero caminó entre la multitud mientras limpiaba con un paño sucio la sangre pegajosa de sus manos. Le ardían, la sangre era tan ácida que carcomía las grietas entre sus dedos y ardía mucho.

Todo el lugar se veía gris, apagado... lleno de muerte. Los oídos ya no oían más que dolor y sufrimiento. Olía a que todo se quemaba, madera, pólvora, cuerpos.

Y de pronto todos gritaban, pero...  ¿qué era eso en el rostro de la gente?. El muchacho no entendía qué estaba sucediendo ¿Qué ocurría?.

- ¡Jeon! ¡Enfermero Jeon! – Gritó una joven muchacha con una banda blanca en el brazo izquierdo. Le tomó la ropa y lo jaló hacia ella en un abrazo lleno de llanto y felicidad – ¿Se enteró? ¡Terminó! ¡De verdad, finalmente terminó la guerra! – Le dijo dejando una botella de vino en sus manos y yéndose a correr para abrazar a otros compañeros.

Jungkook miró su mano en donde la botella verde se sostenía y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sonrió pesadamente mientras su boca expresaba algo que sus ojos contradecían.

Llevó la botella a sus labios para beberla por completo de un solo trago.

Quemaba y por fin luego de años, el vino le supo dulce.

De alguna forma, en su mente, el día de la victoria, el final de la guerra más sangrienta y terrible de la historia de la humanidad, se desvanece con cada día que pasa. Pero aún puede recordar cada detalle del día en que vió la vida que quería, allí en una vidriera.

Danza bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora