Capítulo 8. Who'd have known.

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Well, girl let's go
Walk your broken heart through that door
Sit yo' sexy ass on that couch
Wipe that lipstick off of your mouth
I take it slow

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Después de aquella primera noche juntos, Ana y Casablancas no volvieron a verse por días, mismos que poco a poco se apilaban y se convertían en semanas, ella pasaba sus noches en el club con la efímera esperanza de verlo volver, con aquella flama ardiente en su pecho apagándose lentamente, segura de que lo que habían compartido no había sido más que una de esas coincidencias raras que tiene el destino, esas que solo suceden una vez en la vida.

Con el pasar de los días, la vida de Ana volvía a la normalidad, ella bailaba cada noche como si de eso dependiera su vida -porque después de todo, era así- aunque Roger lo negara, aunque le asegurara que ella era libre de irse cuando quisiese y que él se encargaría de cobrar el resto de la deuda a Sam, algo en el fondo de su corazón le advertía que salir de aquel lugar jamás sería tan fácil. Poco a poco comenzó a olvidarse de esos ojos avellanas y de aquel aroma almizclado que se mezclaba con el tabaco y que exudaba la piel de ese hombre, del que ahora jamás sabría su nombre, lentamente ella siguió con aquella doble vida, siendo Ana Hale -la médica superdotada- de día y Natasha Diamond -el misterio más caro y deseado del Red Room- de noche.

Por su parte, Casablancas se había olvidado de a poco de esa noche también, quizá eran las lagunas mentales que el alcohol causaba en su memoria o quizá la insistencia con la que Albert lo intentaba alejar de Natasha, pero poco a poco, de forma sutil aquellos ojos negros se fueron desvaneciendo en sus recuerdos, pasaba los días completamente embebido por su trabajo, componiendo y ensayando para la gira que estaba en puerta, haciendo las paces con sus compañeros de banda y siendo -por fin- el padre presente y responsable que Juliet tanto le había rogado fuera.

Habían pasado un par de semanas desde aquel último encuentro y la vida parecía ir en calma -en esa tensa calma que presagia las tormentas- era una tarde cálida, de esas que California regala en el verano, el sol brillaba a plomo y en el cielo azulado no se asomaba ni una sola nube, el aire soplaba delicadamente y alborotaba el cabello negro y encrespado de Ana, quien caminaba sobre el malecón acompañada por Sam, quien iba a su lado mirando hacia la nada con una sonrisa suave en los labios.

Hoy era uno de esos escasos -muy escasos- días buenos, Sam no había consumido sustancias en una semana, y cuando él estaba sobrio su verdadera personalidad salía a la superficie de nuevo y se convertía en ese hombre inteligente y bien educado que logró conquistar a Ana, así que en cuando esto sucedía, ambos aprovechaban el tiempo juntos antes de que aquel monstruo que aún vivía dentro de él lo tomara preso de nuevo.

-El clima es perfecto, Ann...te digo que deberíamos comprar una casa a pie de playa...- dijo Sam en tono esperanzado, dejando que sus ojos verdes danzaran a través de aquel lugar.

Ana sonrió y suspiró.

-Si tan solo las cosas fueran así de fáciles, Sam...- murmuró nostálgica.

-Pero lo serán- le aseguró tomándola de la mano -Estamos a punto de liquidar esa deuda y en cuanto eso suceda, podremos cumplir todo lo que soñamos...una casa bonita, un jardín enorme para nuestros hijos, una vista maravillosa con la cual despertar cada mañana...-

- ¿hijos? Sam Whittaker, estás loco- respondió con una risita -Tú y yo seríamos los peores padres del universo...estamos demasiado arruinados como para hacernos cargo de nada...ni siquiera un perro estaría a salvo bajo tu custodia, o la mía-

Sam rodó los ojos y rio bajito, dejando que el sol del atardecer le acariciara la piel palidecida.

-Mujer de poca fe...un día todo va a mejorar, preciosa- murmuró -confío en que la felicidad te aguarda más cerca de lo que crees...vamos a lograrlo-

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