EL ENCUENTRO

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El amanecer había despertado con unos colores distintos a los de siempre. Los diferentes tonos que se extendían por el cielo hasta alcanzar el techo de las casas habían dado una señal de que aquel día iba a ser raro, y, de hecho, así comenzó. Cuando se vistió, se aseó y se puso algo de perfume para estar presentable y no llevarse una regañina de sus estrictos padres, Butters se extrañó mucho cuando, al bajar por las escaleras, el olor a café de los señores Stotch era ausente. Miró la hora del reloj de la cocina y vio que eran las ocho; entonces comenzó a dudar: ¿qué era mejor? ¿Volver a su cuarto hasta que se despertaran y así evitar un castigo por haberse levantado antes que ellos? ¿O mejor era no hacer ruido y hacer lo que tenía pensado hacer? El caso era que, si hacía lo que se había planteado hacer, sus padres le iban a castigar por no decirles lo que quería hacer, pero si hacía lo que no quería hacer, sus padres iban a castigarle por no hacer lo que ellos querían que hiciera y...

- Esta maraña de pensamientos me resulta familiar... -

Sonrió sutilmente, recordando el rostro de su amigo Eric.

Cogió su chaqueta celeste, la que más abrigaba, al echar un vistazo por la ventana para calcular cuánto frío hacía. Después de la tormenta de nieve de la noche anterior, debía abrigarse muy bien para no coger un resfriado... y ser castigado de nuevo por ello. Se echó el cabello hacia atrás, soltando un quebrado suspiro: ¿realmente eso era normal? Sus padres le castigaban hasta por no respirar en sintonía con la vida. Le seguía tratando como si tuviera cinco años, él no había notado la diferencia desde que tenía esa edad y ya había cumplido los diecisiete.

<<Si no eres fuerte ante tus padres siempre van a tratarte como la mierda que creen que eres ¿lo entiendes?>>

Su amigo Eric volvía a hacer acto de presencia, esta vez dentro de su cabeza, con el escenario de una tarde que habían pasado juntos.

<<Tus padres te castigan porque seguro que no han superado sus propios traumas. Por eso vuelcan sus frustraciones en ti, te creen más débil y por eso te manipulan todo el tiempo, ¿no lo ves?>>

De nuevo, su mente se llenaba de las mismas dudas de siempre: ¿sería verdad? ¿Y si Eric tenía razón? Era un bruto y no pensaba lo que decía, pero ¿y si esta vez fuera cierto? Estaba ya muy cansado de los castigos sin sentido, era casi un hombre y sus padres seguían torturándole así. Quería tener la fuerza de voluntad para parar todo eso, que lo trataran como se merecía: con respeto a su hijo, que se había hecho mayor, y ya era casi un hombre.

Cerró la puerta con mucho cuidado mientras todas esas cavilaciones intentaban darle el empujón que necesitaba para enfrentar a sus padres algún día. Se guardó la llave y miró hacia la planta de arriba, mordiéndose el labio - Perdón, papá, mamá - dijo, antes de darse la vuelta y empezar su camino hacia donde, estaba seguro, sabía que estaría aquel pelirrojo que de tantos años conocía.

Las calles en las mañanas de South Park eran de lo más relajantes. Los paseos se podían hacer casi en silencio. No es que la sociedad fuera la más perfecta, pero todos hacían una comunidad única allí. Sus montañas eran preciosas, y aunque el invierno fuera cruel con ellos, la naturaleza les regalaba paisajes maravillosos en cada estación del año. Sus animalitos eran tan esponjosos y suavecitos, incluso tiernos - Obviando que habían encontrado vacas zombis nazis al grito de <<Sieg, Heil!>> y animalitos del bosque expertos en el ocultismo -, pero era bonito vivir allí. Todo era cuestión de acostumbrarse a... los pequeños defectos.

Disfrutando de la brisa fría de aquella hora, sumergido en sus propios mundos mientras caminaba, finalmente quedó de cara a aquel edificio antiguo, que permanecía abierto incluso los domingos aunque no hubiera nadie: la Biblioteca. La seguridad en South Park no era algo que preocupara a nadie, y los gamberros no leían, así que era seguro dejarla abierta aunque no tuviese ningún tipo de supervisión. Sin más, entró en el solitario recinto y fue a la primera planta, donde él siempre se encontraba cada vez que iba, y después de perderse entre los libros almacenados en las distintas estanterías polvorientas, su vista se encontró con aquel cabello rizado, tan rojo como la pasión de su dueño por la lectura.

**~Cuando Llores por Mí~**Donde viven las historias. Descúbrelo ahora