16. Vive y deja morir

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Fueron unos pocos segundos.

Fueron sólo unos pocos segundos los transcurridos, pero Draco, cuando recordara mucho después ese horrible momento, sabría con seguridad que habían sido los más largos y angustiantes de toda su vida.

Fueron unos pocos segundos en los que, sentado en el frío piso de piedra de su propia casa, miró alternadamente entre el rostro azulado de Harry Potter y la cara asquerosamente fea de Peter Pettigrew, ambos inconscientes y tirados en el suelo a su lado. No era un ignorante del funcionamiento del cuerpo humano (su padre le había obligado a tomar clases de anatomía en sus años de tutorías en casa antes de ir a Hogwarts) y sabía que Harry probablemente todavía tenía posibilidades de recuperarse si Draco actuaba pronto y lo libraba de aquello que le oprimía la garganta y le impedía la respiración.

Pero...

Miró fijo a Colagusano y no se le ocurrió otra solución más que matarlo.

Fueron unos pocos segundos los que Draco necesitó para que se le ocurriese esa idea; la idea de que la mano mágica de Colagusano, regalo del Lord por su sacrificio obligado, dejaría de "vivir" si su portador también lo hacía. Tenía que funcionar. Tenía que...

Pero, ¿asesinar a alguien así, con semejante sangre fría?

Draco, gimiendo con desesperación y con un terror que no había sentido jamás, levantó su varita hacia la piltrafa humana que era Colagusano y luego tuvo que levantar también la mano izquierda para sostenerse la derecha que no dejaba de temblarle. Apuntó a la cabeza del mortífago, luego a su corazón, volvió a gemir y a suplicar y no podía.

No podía, no podía, no podía. Simplemente no podía hacerlo.

Bajó la varita y sollozó.

"Matar no es tan fácil como creen los inocentes", se había burlado Dumbledore de Draco aquella noche en la que el anciano perdió la vida a manos de Snape. Snape, con todo y el supuesto agradecimiento y cariño que sentía por aquel viejo chiflado, aun así había podido levantar su varita contra el director y gritar las dos palabras que ahora Draco, aun a costa de la vida de Harry, no podía obligarse a pronunciar. No había podido obligarse con Dumbledore a pesar de que la vida de sus padres había estado en peligro y tampoco podía ahora que, aparentemente, era la única manera en que podía salvar la vida del Elegido.

Aterrorizado y sin poder dejar de temblar, Draco miró a través del corredor con la esperanza de que alguien, quien fuera, acudiera a ayudarlo, pero sólo escuchó las voces lejanas de otros mortífagos que lo buscaban y supo que si se ponía a pedir auxilio a voces, sería peor.

—¡Dios mío! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza. ¿Por qué tenía él que tomar semejante decisión?

"Draco, Draco... tú no eres ningún asesino", le había asegurado Dumbledore aquella lejana noche; palabras que Harry le había repetido también apenas la noche anterior antes de que hicieran el amor cuando intentaba convencerlo de que era una buena persona.

"Una buena persona".

Draco soltó una carcajada histérica y seca, una sola nada más, y luego comenzó a sollozar sin control. Era un cobarde, eso es lo que era, un maldito cobarde que no se atrevía a mancharse las manos de sangre ni siquiera para salvarle la vida a quien supuestamente amaba. No como Lucius, quien, a pesar de su estancia en Azkaban, la falta de una varita y todas sus recientes penas y congojas, aun así había podido asesinar a una docena de duendes para salvar la vida de su bien amada esposa.

¿Eso era ser un héroe?, se preguntó Draco, y en el fondo de su corazón la respuesta fue "NO, NO, POR SUPUESTO QUE NO", eso no era ser un héroe como lo era Harry, alguien que jamás mataría. Draco lo recordaba persiguiéndolos a él y a Snape después del asesinato de Dumbledore, llamando a gritos al profesor y tachándolo de traidor y cobarde.

Bi-Curious (de PerlaNegra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora