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Era una bella noche. Zoro no podía recordar otra mejor. La temperatura era agradable, había luna llena y, en el aire, flotaban las fragancias de la primavera que llegaba a su fin. Tuvo la sensación de que, si aguzaba bien los oídos, hasta podía escuchar alguna melodía desde las praderas.

Era la clase de noche ideal en la que un hombre tomaba plena conciencia de su virilidad. Una noche de susurros y dulces suspiros de deseo. Una noche en la que cualquier cosa podía suceder.

Una noche en la que un hombre podía caer ante la incitación de un pirata.

Ciertamente, si Sanji no hubiera hecho añicos la magia de unos momentos atrás, pensó Zoro con cierto disgusto, Luffy ya sería suyo.

Al imaginarse a Luffy en la llama de una apasionada sumisión, notó que su cuerpo se endurecía una vez más. Estaba tan encantador, allí tendido sobre el sofá, a la luz del fuego. Añoró tenerlo así una vez más.

Su cabello parecía un llano liso sobre los almohadones de terciopelo. Su pecho firme, pero con los pezones turgentes, rosa-coralinos. Su cálida piel, tan suave como la seda. Su boca, su desvergonzado miembro, de miel. Todavía tenía su aroma impregnado.

Y Luffy lo había deseado, le había respondido, se había abandonado a él.

Zoro experimentó una honda satisfacción. Era la primera vez en la vida que alguien le deseaba simplemente por lo que era. Pues para Luffy, sólo había sido seducido por el maestro de sus sobrinos.

Zoro sonrió. Le excitaba. Luffy se derretía cada vez que lo tocaba. En sus ojos leyó una dulce y honesta pasión.

En ningún momento había mostrado la frialdad del que fue objeto más de una vez. Y Zoro estaba convencido de que no había otro amante en la vida de Luffy, al menos, por el momento.

No podía estar seguro de su pasado, pues Luffy siempre se consideraba un hombre de mundo. La deducción era que ya había intimado con alguien. Pero a juicio de Zoro, Luffy nunca había experimentado la profunda pasión a la que se entregó esa noche con él, aunque ya se hubiera acostado con otra persona.

Había detectado la sorpresa y asombro en su mirada. Lo sintió en sus caricias. Y entonces se dio cuenta de que había sido el primero en llevarlo hasta la cima de esa emoción. Con una súbita convicción, Zoro se prometió que, si alguna vez había existido otro hombre o mujer en la vida de Luffy, él se encargaría de que lo olvidara.

Que diferente se estaba volviendo todo.


Varias semanas atrás...

«Zoro pensaba que siempre tenía que estar rescatando a uno u otro de su gente, como si ello fuera una constante.

     —Para ustedes dos es muy fácil hablar de encantamiento —dijo Zoro—, pero todos sabemos que yo no he heredado ese talento. Además es un muchacho.

     —Bah. —Johnny descartó el último comentario con un movimiento de su mano.— Eso no es problema. El problema es que tú nunca te preocupaste por conseguirlo si quiera.

Una expresión de profunda preocupación se dibujó en el rostro de Yosaku. —Bueno, Jhonny, yo no diría que nunca se esmeró por conseguirlo. Simplemente, tuvo mala suerte.

Zoro miró a Yosaku. —Creo que podríamos dejar de lado la discusión de ese tema. No quiero seducir a un joven, más bien, a ningún hombre.

Jhonny refunfuñó. —¿Y entonces, cómo le sacaremos la información, aniki?

     —Le ofreceré la compra de esa información —respondió Zoro.

     —¿Comprarla? —Jhonny parecía contrariado.— ¿Crees que puedes comprar un secreto legendario como este solamente con dinero?

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