XLV

743 129 28
                                    

ARCHIVALD

Se iba a volver loco.

Ver a su hermano adueñándose de la situación, pese a tenerlo más tranquilo, lo estaba desquiciando.

Y no era precisamente por celos, o porque se avergonzara en cuanto a lo que ella guardaba con recelo, siendo lo último lo que más lo tenía a la expectativa.

Por ella, nunca por él.

Porque ella seguía siendo lo bastante insegura con su aspecto, y condición sintiéndose insuficiente.

Esos pensamientos fomentados desde la infancia, pese a que nunca mostraba ser insegura por su presencia.

Aceptando todo conforme llegara.

En su mayoría, rechazos sin saber del todo lo que escondía bajo la ropa.

Por eso, era tan precavida, porque su corazón no aguantaría un rechazo de ese tipo, destrozándole de manera irreversible.

Y con ese pensamiento se sintió un imbécil.

Una mierda.

Si solo analizara su comportamiento, en vez de estar cavilando con los celos que sufría por todo ser vivo que se le acercaba, con miedo a que descubrieran lo maravillosa que era e intentaran hurtársela, se hubiese dado cuenta de inmediato que, de ninguna manera podria engañarlo.

Porque ese tipo de entrega se daba en la base de la confianza, y ella era doncella antes de él.

Es que, enserio con Evolet no le daba espacio a pensar.

Solo a sentir, a apreciar con ferviente anhelo cada cosa que hacía, esperando ser suficiente para lo que brindaba.

Siendo sin ninguna duda su perdición.

Consiguiendo que actuase por impulso, sin premeditar las consecuencias.

Solo viviendo el momento de la manera en que saliese de su sistema.

...

Dejó de cavilar cuando su hermano, en un carraspeó y por milésima vez llamándolo, suponiéndolo por el tono impaciente de su voz que lo trajo a la realidad.

—La intimidad de Evolet es... —lo frenó con su mirada mortal —se lo que es, pese a lo poco que se ha hablado sobre el tema, pero lo que quiero decir dejando de lado las teorías que puedo sacar respecto a su condición, es que, revisándola veo un inconveniente —en un par de zancadas quedó pegado a la columna de la cama, quedándose con lo último porque no tenía cabeza para formar una disputa con la manera de referirse a su esposa, pese a lo respetuoso y profesional que sonó.

—¿Cuál inconveniente? —no tenía paciencia para los rodeos.

—La calentura no tiene nada que ver con alguna parte de su cuerpo, pese a los moretones y raspones que se aprecian —estaba al completo golpeada.

Lo sabía perfecto, porque hasta ahora era el único que la había visto en su totalidad, descartando cualquier tipo de lesión externa que le provocase ese efecto.

» Esas se pueden asociar, según mi percepción y lo que la he escuchado balbucear, mientras la examino, en las vivencias traumáticas a lo largo de su existencia —se pasó la mano por la cara, estresado al comprender como nadie su punto —. Pero, no debe demorar en despertar con la infusión me le pedí a Prudence, mientras pensabas sobre la mortalidad del cangrejo —imbécil —. Hace un par de minutos se la bebió, y ya ha cesado los temblores de su cuerpo viéndose menos angustiada que al inicio —le pasó una mano de manera cariñosa por el cabello —. Hasta parece un ser alado que dan ganas de acunarlo, y cuidarlo para que nada ni nadie le haga daño —una punzada en el pecho provocó que hiciera una mueca —. Pero, yendo a lo importante y a la vez incomodo, hay algo que debemos de poner extremo cuidado sin ilusionarlos.

ACTUANDO CON EL CORAZÓN (EL ESCOCES Y LA AMERICANA) || TRILOGIA STEWART #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora