Capítulo 3

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Quizá era imaginación de su ingenuo y enamorado corazón, pero sentía que desde aquel beso los siglos pasaban más rápido.

No sabía como explicarlo pero estar junto a Tamaki era una sentimiento extraño, como si a su lado el tiempo parece congelarse por completo pero al separarse se daba cuenta que todo había sido tan efímero que debía repetirse a sí mismo que no era un sueño.

También estaba la sensación de querer más de él, y no solo se refería a su cuerpo, era como si nunca tuviera suficiente de escuchar su voz, escuchar su risa, ver sus ojos o su sonrisa, sentir sus labios o su simple presencia. Tal vez lo mejor que podía describir ese sentimiento era estar embriagado de amor por Tamaki, porque no encontraba otra explicación para sentir que con cada acción le arrebataba el aire a su alrededor.

Honestamente aquello era aterrador, estar tan profundamente enamorado que sabía perfectamente que el azabache podía hacer lo que quisiera con su cuerpo, alma y corazón. Pero a la vez era hermoso aquel sentir porque sabía que no era unilateral todo aquello.

Podía ver el sonrojo constante en las mejillas del menor, sentir el escalofrío y temblor que recorría por aquel cuerpo cuando lo tocaba, el tartamudeo leve que a veces tenía cuando estaba nervioso o avergonzado, y sobre todo podía ver perfectamente aquel devoto y profundo amor que emanaba sus ojos cuando se miraban.

Daba miedo amar de esa forma, pero estaba dispuesto a arriesgarse, porque si Tamaki había depositado su confianza en él para que cuidara su corazón entonces él también haría ese salto de fe.

—¿Estás bien Mirio? — Escuchó la preocupada voz de su pareja quien se encontraba cansado y con sangre en la cara.

Ah sí, tal vez había divagado un poco en su cabeza mientras peleaban con unos nomus.

—Sí, solo estoy... cansado — Intentó responder lo suficientemente convincente para que el azabache no siguiera con aquel leve matiz desesperado en su voz, no le gustaba escucharlo preocupado o triste.

—Me alegro — Fue lo único que soltó antes de tirarse al suelo a descansar y reponer su respiración.

—¿Quieres venir a mi casa luego? — Preguntó con una sonrisa calmada, después de todo no era la primera vez que iban.

Claro que cada dios tenía su propio territorio o casa, normalmente se encontraban muy lejos unas de otras, después de todo su planeta era demasiado grande, al menos cabían otros mil dioses ahí. En cada uno de los aposentos de los dioses se encontraban tanto los sirvientes de cada uno como cosas pertenecientes al trabajo o gustos de cada uno, eso incluía un lugar para descansar después de cada ardua batalla.

Vio al menor temblar levemente y desviar la mirada nervioso, cosa que lo extrañó ya que en realidad, como ya había mencionado, no era raro que lo invitara a su casa, incluso ahí fue donde se enamoró más de él, obviamente verlo casi colapsado en el borde del placer y la locura entre sus sábanas fue más que encantador.

Ahora, la verdadera pregunta era: ¿Por qué solo esta vez el otro parecía repentinamente incómodo?.

—Y-yo... quisiera pero no puedo, he saltado durante algún tiempo mis deberes como dios y debo ir a trabajar — Soltó aún con un notorio nerviosismo en su voz.

—¿Puedo ir? — Pidió en un vago indagar un poco más en la vida de su pareja, no estaba muy seguro en qué hacía, de hecho ni siquiera sabía de qué era dios.

—¡NO! ... no deberías, por tu propio bien — Respondió tajante con un muy alto tono de voz para al final murmurar, obviamente había alterado al muchacho, lo cúal solo hizo que dentro de él se hiciera la pregunta que cada vez comenzaba a sonar más fuerte en su cabeza.

Sen Seiki [MiriTama]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora