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5 de enero de un lejano 1994. Allí estaba yo, con grisáceas manchas bajo los ojos, resultado de haber acumulado sin fines de penas durante mis noches en vela, con cicatrices en las muñecas de los que había sido mi patético intento de abrirme las venas y apenas manteniéndome en pie gracias a los litros de vodka barato que tamizaron mi dolor.

El hotel en que me hospedaba, El Arenal, en cualquier momento me echaría por la falta de pago. Ocupaba un cuarto viejo con una cama desvencijada y un colchón manchado, pero nada de eso importaba en ese momento, porque allí estaba yo buscando amparo en cualquier sustancia que me hiciera de nuevo sentir su amor.

Preparé la videocámara, por mí peculiar situación el decano de la Universidad Nacional me permitió presentar un vídeo a modo de defensa sobre mi tesis final en la licenciatura de periodismo, en la cual un año antes había sido su alumna estrella.

Si los mismos profesores que antes me habrían brindado cátedra vieran el estado en el cual en ese momento me encontraba sin duda hubieran optado por una eutanasia de plomo entre mis cejas al suponer que era una impostora.

La correcta y letrada señorita Alfa Santino no podía ser esa drogadicta que ahora tambaleaba, amenazándose con orinarse encima y caer sobre una mancha de seco vino, intentando mantenerse firme para la visión de la lente, pero sin duda yo era yo... Yo seguía allí, o por lo menos alguno de mis retazos, esforzando mi garganta y teniendo de único aliciente el fantasma de Remi, coreando de alegría ante un futuro en el que yo ya me haya graduado.

Junté valor, como si este flotara en el aire que respiraba y hablé, seguramente en un idioma que había inventado luego de 4 días tomando, un discurso que había estudiado y el que aún recuerdo, 30 años después, en mi memoria grabado.

—Para la producción de este trabajo compartí mi vida durante un año con un ser roto. Empecé esto siendo una novia y ahora lo concluyo casada. Me volví su sombra y pude comprender su realidad mirando el mundo con su visión. Él se volvió el secreto de mis ojos, para luego convertirse en mi vida... Quiero remarcar que ahora mismo estoy con el corazón destrozado, me es difícil no pensar que esto debería estar haciéndolo en su despacho, pero es imposible. Hay demasiados recuerdos aún frescos como para desenterrar el cadáver de un sentimiento que aún no está muerto. Por favor, a quienes vean esto, no juzguen mi lamentable estado, pónganse en mi lugar un momento y sostengan mi alma en su mano.... Mi vida prácticamente ha acabado, porque, donde sea que esté él ahora, se llevó consigo todos los sentimientos que me hacían sentir un humano.

Ahora, con la sabiduría del tiempo encima de mí, quiero disculparme con los profesores que tuvieron que ver ese momento tan trágico en el que estaba sumergida. La visión de esa niña que alguna vez fui, con su mirada perdida, sumergida en cocaína, con ropa rasgada y sucia de hacía días, debe haber sido una tortura para cualquier padre.

Recuerdo el estar hablando y romper a llorar de manera esporádica... Bañando la alfombra percudida con lágrimas de mañanas perdidos y catástrofes anunciadas. Sabía que tarde o temprano ese momento llegaría, pero jamás pensé que sucedería tan rápido... Estaba más muerta que viva.

— Para mi trabajo, elegí, casi por casualidad, a un desconocido que en el fondo muchos de ustedes conocen sin saber su nombre. Entrevisté y acompañé al señor Rémulo Javier Lucanera durante una pequeña parte de su tormentosa vida. Él escribió y compuso la mayoría de las canciones que nosotros mismos coreamos en una época pasada, más nunca recibió dinero por ello. Él mismo me lo decía, como consolándose a sí mismo cuando tocábamos el tema "No importa que no me pagaran por ello, yo prefiero no ganar un centavo, porque al final del día yo con la música me expreso. Me confieso sin arrodillarme y sin dar explicaciones vomito como me siento" El buen Rémulo fue el material perfecto para mi trabajo; un hombre solitario, demasiado raro como para pasar desapercibido y muy mundano como para quedarse grabado en la retina del colectivo... Una vez, intentando explicarle el porqué de mi trabajo en relación a su persona, le aclaré porque me gusta tanto el periodismo. Le dije, acostada en su cama vistiendo una vieja camiseta de una banda de los setentas que le pertenecía, que el periodismo es para mí como una caja de objetos perdidos que nadie reclama, mi deber es ese... Tomar aquello que ninguno desea y volverlos con mi prosa un ídolo digno de la curiosidad. Me gustan las historias de inadaptados y fugitivos, tener el pase VIP a mirar una vida que no es mía y escuchar relatos de viejas aventuras para convertirlas en mis fantasías. Él solo me contempló desde el rabillo de su ojo y se rio directamente en mi cara diciéndome "Querida, yo no sé para donde voy, tampoco de dónde vengo... En mí no vas a encontrar nada interesante, solo algunas canas y crisis existenciales" En aquel momento le creí, pero luego de unas semanas comprendí que aquello solo era una gran mentira. La vida del señor Lucanera era un completo matiz de caleidoscopio. A veces de un brillante rojo y otras tantas de un melancólico gris. De lo complejo él era el máximo exponente, un bebedor de veneno, un amigo de las lentas eutanasias. Él se llevó mi alma y espero que haga lo mismo con la suya, filtrándose a través de mi boca, poseyéndome un momento... Tomen sus propias conclusiones, el señor Lucanera fue muchas veces señalado, por eso, miembros de mi universidad que verán esto, solo tiren la piedra si están libres de pecado.

Intentando lucir más profesional, tambalee mientras que me secaba las lágrimas y aclaraba mi garganta borracha. —Con mi trabajo no quiero conmoverlos, tampoco que a Jesús se les salgan los clavos de la cruz, pero los invito a, que cuando apaguen la luz esta noche, se cuestionen las decisiones que ahora mismo me hacen eco cuando cierro los ojos y una vez más escucho su voz desde mis auriculares, cantándome canciones que ahora son solamente mías y murmurando promesas que fueron escritas, pero jamás cumplidas.

—El señor Lucanera no era para nada religioso, de hecho, solo lo escuché pronunciar a Dios cuando hacíamos el amor, pero no por ello no creía en una verdad suprema. Es por ello que hoy vengo a contárselas... He decidido nombrar a mi tesis como "La cigarra" porque justamente eso era Remi para mí, una jodida cigarra que cantó hasta morir. Estaba lleno de defectos, pero convirtió cada error en una virtud dándole ritmo a sus pensamientos, vendiendo su tristeza con una tonada, haciendo que su pena ahora sea coreada por las masas... Dejen que el señor Lucanera se presente a sí mismo a través de mi garganta, porque, sépanlo... Él jamás se marchará de mis palabras y, cuando volvamos a encontrarnos, mi mano no volverá a soltarlo hasta que ambos seamos abono para las plantas... Uno vive lo que el corazón aguanta, pero a su lado me volví inmortal gracias a los versos escritos en mi nombre y el tierno susurro de una canción que ahora nunca más volveré a escuchar por miedo a salir corriendo a buscarlo. Él tiene mi vida ahora descansando a su lado.

Al recordar aquel discurso introductorio es casi imposible no reírme y ahogarme entre mis propias lágrimas. Era claro que alguien tan existencialista como Rémulo tarde o temprano se cruzaría con una reina del drama como yo... Él era la dinamita y yo la mecha, ambos íbamos a terminar mal, explotando, causando una hoguera.

Pero, para que entiendan mi amor por las noches de angustia donde la ansiedad condimentaba mi vida, es necesario que esta musa se convierta en artista y les explique un poco de su sinuosa vida, capaz de hacer sonrojar un poeta depravado. Yo coqueteé con la muerte y esta se sentó a mi lado, dándome una sinopsis de lo que sería mi existencia.  

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La CigarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora