Por siempre

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Día 7: mi pareja es de otro mundo

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Sostenía una taza de chocolate caliente en las manos, mientras observaba la nieve caer por la ventana. Los copos de nieve caían como llovizna helada que enfriaba todo lo que tocaba. Todo lo que su majestuosidad abrazaba. Sin embargo, había algo que no congelaba. Algo importante que no se enfriaba. Un sentimiento ardiente que no se inmutaba ante nada. Es más, se intensificaba. Se incendiaba y brotaba como lava.

Explotando en la superficie como magna que se liberaba.

—¿En qué piensas? —inquirió, sentándose a su lado. Hajime amaba la tranquilidad que su esposo profesaba.

—En lo bella que es la nieve —musitó, bebiendo un poco del chocolate que tenía en las manos—. Alguna vez te has puesto a pensar que la vida se parece a las estaciones del año.

—No, nunca lo he pensado. ¿Por qué?

—Al principio; cuando somos pequeños, crecemos como la primavera. Brotamos como una nueva flor que irradia ternura e inocencia. Somos como un botón que empieza a abrir sus pétalos, sin saber qué nos espera, pero que está lleno de ilusión y esperanza —dijo, dibujando una rosa en el vidrio—. Después; somos como el verano. Ardientes y apasionados. Expiramos calor y deseos. Fogosidad que solo se puede controlar con el ser amado. La persona ideal que llegará para complementar el incendio en el que por siempre nos queremos quemar —espetó, mientras la yema de sus dedos acariciaba el cuello del hombre que tenía a su lado—. Luego; nos convertimos en otoño. En esa hermosa estación de madurez y sabiduría. Nuestras hojas ya no son las mismas que cuando éramos primavera, ya no tienen colores vivos y tampoco irradian ese brillo; sin embargo, su tono cambia. Es reemplazado por uno más fuerte, más elegante y más envolvente. Un dorado intenso o un naranja potente. Recuerdos latentes de que la vida nos ha hecho fuertes —sonrió, devolviendo la vista a la nieve que se intensificó—. Y por último; somos invierno. Blancos y experimentados. Somos como esas hojas que penden de un hilo, esperando un suspiro para hacer nuestro último recorrido. Volando hasta llegar al lugar en el que habitaremos por la eternidad.

Kokōnoi contempló con admiración la profundidad con la que su esposo le habló. Seishu tenía una cualidad especial. Un don natural. Algo que le parecía irreal. Su marido era un ser celestial; un ángel vestido de humano que llegó a la tierra a cambiarle la vida.

Por años lo pensó, pero nunca se lo compartió. Desde que lo conoció, hace muchísimos años atrás, lo imaginó. Sin embargo, no lo exteriorizó, pues creyó que si lo hacía se marcharía. Quizá Dios lo llamaría y le pediría que volviera al cielo. Dejándolo solo y abandonado.

Sin embargo, muchos años habían pasado. Cincuenta para ser exactos. Medio siglo a su lado. Medio siglo en el que lo había acunado entre sus brazos. Cincuenta años de haber firmado la unión que los convirtió en una sola carne. No obstante, fueron más años los que lo había amado. Más años en los que lo había adorado y más años en los que le había jurado estar eternamente a su lado.

La vida había sido demasiado buena, pues desde muy joven le presentó a la luz que iluminaría sus días.

—Alguna vez te dije cuánto amo tus metáforas —confesó, tomándole la mano para entrelazar sus dedos con los de su amado—. Tienes la capacidad de llevar la realidad a un mundo impensable. A un lugar inigualable. A un sitio lleno de paz en el que el corazón puede irradiar felicidad.

—Nunca me lo habías comentado, pero agradezco mucho tus palabras —sonrió, antes de beber otro sorbo del chocolate—. Mi amor, han pasado cincuenta años desde que nos casamos y; aunque hemos tenido momentos buenos y malos. Agradezco a la vida el que te haya enviado a mi lado. Eres mi razón de ser, Hajime Kokōnoi.

—Y tú eres el ángel que el cielo me envió para llevarme la vida de color —confesó, viéndolo directamente a los ojos—. Seishu, te amo. Te amo cada día más. Más de lo que te amé el día que nos casamos —exteriorizó, acercándose muy despacio a sus labios—. Quiero que sepas que sin importar la estación en la que estemos, yo siempre estaré a tu lado. Amándote y cuidándote como a mi tesoro más preciado. Gracias por bajar a la tierra y elegirme como compañero de vida.

Kokō besó con ternura los labios del hombre que adoraba, mientras con sus manos lo acariciaba. Lo amaba. ¡Dios, cuánto lo amaba! Los años habían servido para intensificar lo que su corazón albergaba. Aquello que palpitaba y se acrecentaba sin importar nada. Absolutamente nada.

—Te amo —musitó Inupi en la comisura de sus labios—. Te amo como nunca creí amar a nadie.

—Mi amor, quiero celebrar nuestro aniversario. Quiero que festejemos nuestros cincuenta años —le dijo, mientras contemplaba el asombro de su mirada. Seishu tenía una expresión genuina que lo caracterizaba—. Quiero que vayamos a Venecia. Te quiero llevar a recordar el día que aceptaste vivir conmigo por el resto de tu vida.

—¿Estás hablando en serio? —El aludido asintió, sin quitar los ojos de sus pupilas—. Gra-gracias, mi amor. Gracias por llevarme a recordar uno de los momentos más preciados de mi vida. Te amo.

—Y yo te amo a ti. Así que, vamos a empacar, pero antes —se acercó a su oído— vamos a calentarnos un poco en la habitación. Quiero recordar cuando nos incendiábamos como el verano.

—Hajime, nosotros nunca dejaremos de ser ese verano; sin importar los años. Sin importar que el invierno nos esté llamando.

La pareja se apreció y en silenció se amó. Caminando juntos a la habitación que por esta vida había sido su lecho de amor. El sitio que los albergó y los albergaría en sus momentos de pasión.

En sus instantes más puros y llenos de amor.

Fin.

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¡Hola!

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¡Hola!

¿Cómo están?

No me queda más que agradecer el que me hubiesen acompañado en esta hermosa semana. Les juro que amé el resultado, pues cada día soñaba con lo que les iba a traer para que suspiraran.

Como les comentaba, soy una enamorada. Una amante del amor. Así que, espero que lo hayan disfrutado.

Los amo. Los amo demasiado. Gracias por estar a mi lado y ser los mejores lectores del mundo.

Nos leemos muy pronto.

Con amor.

GabyJA 

Eterno [KokōInu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora