Estigma

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El despacho de Erwin lucia mas pequeño de lo normal, los documentos y libros cada día iban en aumento, sobre todo porque los expedientes de los occisos y desaparecidos comenzaban a llegar de la ciudad. Erwin lucia con el cabello desmelado y la blusa tan desalineada que por un momento no lo reconoció. Estaba fatigado, y decepcionado por no haber logrado hasta entonces, lo que le había prometido al consejo.

— Smith ¿Qué sucede? —menciono el recién llegado.

— Me ha llegado una carta del consejo, nos quitaran la reserva de armas y el presupuesto destinado a las exploraciones si no doy una solución a la aparición de estos monstruos —respondió con voz ahogada desde el escritorio.

— ¿Cómo mierda quieren que resolvamos esto si saben perfectamente de la condición de Eren? —aludió con molestia enfrente de la mesa de estudio.

— No lo sé, realmente no sé qué es lo que haremos.

— Mándalos al demonio, podemos hacer esto solos —expreso mientras sus ojos recorrían con molestia algunos de los documentos que Erwin tenía sobre la madera.

— Te recuerdo que hice un trato con ellos —le recordó.

— Prometiste que mantendrías a Eren al margen de sus transformaciones y es lo que hemos estado haciendo.

— También prometí que encontraría la salvación para nuestro pueblo.

Levi recordó aquel día en el consejo, Erwin había metido las manos al fuego por Eren al momento en que habían decidido su decapitación. Smith estaba profundamente convencido de que las respuestas a los titanes se encontraban dentro de su mente alterada, lo mismo había pensado Hange desde que lo estudio en su primera transformación.

Las memorias de Eren al igual que su personalidad se habían fragmentado en miles de recuerdos que parecían no coincidir con una sola vida. Hange había detectado dos personas dentro de un mismo cuerpo; una era la del hijo del médico que vivía dentro del bosque y la otra... no la reconocía. Era una voz profunda, que hacia eco en las paredes mientras se escuchaba. Daba miedo, mucho miedo, sobre todo cuando sus ojos perdían el brillo mientras se adentraban en lo profundo de la oscuridad.

El rechino del picaporte siendo girado atrajo la atención de los dos hombres, los cuales se asombraron aun mas cuando una mujer de cabellos encanecidos entraba tambaleando a la estancia. Levi no reacciono tan rápido como su compañero, el cual se levantó rápido de su asiento para evitar que la anciana se cayera.

Tambaleaba y los labios le castañeaban como un par de sonajas. Tenía la ropa andrajosa y sucia, al igual que su piel que parecía no haber recibido agua y jabón por un largo tiempo. Sus piernas esqueléticas tenían residuo de sangre y orina seca que brillaba como miel embarrada sobre la mesa.

Sus ojos tan sumidos se encontraban rodeados por una capa de piel oscura y morada, producto de la coagulación de la sangre al hacer un moretón. Parecía un cadáver andante, sus dientes puntiagudos y ásperos iban acorde a su cuerpo ya mallugado.

— ¿Quién es usted? —pregunto Erwin cuando le servía un vaso de agua.

La mujer no lo miro, sus ojos permanecían estáticos sobre las hebras rojizas del fuego danzante.

— ¿Quién es usted? —volvió a preguntar el rubio.

— Olvídalo Erwin, esta mujer no te responderá.

— ¿De que estas hablando? —volteo a verlo desconcertado.

— No tiene lengua —afirmo Levi que miraba desde arriba.

En brazos del capitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora