OCHO

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Roseanne me había dicho que me iba a presentar a la mujer de su vida: Ruby. Como siempre me decía lo mismo, esa vez tampoco le creí. En esa ocasión, un mal de amores y unos exámenes parciales me habían alejado por esos días de las fiestas que siempre compartía con Rosé. No me era extraño obligarme a encerrarme por esas razones, el amor y el estudio siempre fueron algo difícil para mí. Pero cuando lograba recuperar la materia y el corazón, volvía a la búsqueda nocturna en las discotecas y fiestas, descifrando las miradas de las nuevas y posibles candidatas, llena de valor por la música y el alcohol. Por lo general, al poco tiempo algo me volvía a salir mal, y me encerraba de nuevo para sacar a mis estudios de sus notas en rojo y para reponerme del maldito amor. Siempre fue así, hasta que llegó Ruby.

—Tú ya la conoces —me dijo Rosé—. Es una de las que se sientan en el balcón. 

—¿Cómo dijiste que se llama? —pregunté. 

—Ruby. Tú ya la has visto.

—¿Ruby qué? —volví a preguntar. 

—Ruby... No recuerdo.

Yo estaba buscando en mi cabeza a alguien de nuestro lado, por eso me extrañaba no recordarla; además, a esos sitios casi siempre íbamos las mismas personas. Al poco tiempo, cuando por fin la conocí, entendí por qué no la ubicaba. Rosé me la señaló. Bailaba sola en la parte alta donde siempre se hacían ellos, a causa de que tenían más dinero que los de nuestro mundo, les correspondía el mejor sitio de la discoteca. Del humo y las luces que se encendían y apagaban, de los chorros de neblina artificial, de una maraña de brazos que seguía el ritmo de la música, emergió Ruby como una Venus futurista, con botas negras hasta la rodilla y plataformas que la elevaban más allá de su pedestal de bailarina, con una minifalda plateada y una ombliguera de manga sisa y rojo pasión; con su piel hermosa, su cabello negro, sus dientes blancos, sus labios delgados, y unos ojos que me obligué a imaginar porque bailaba con ellos cerrados para que nadie la sacara de su burbuja, para que la música no se le escapara con alguna distracción, o tal vez para no ver a la docena de cerdos que la creían propia, encerrándola en un círculo que a día de hoy no entiendo cómo Roseanne pudo traspasar.

—Y eso que ves ahí es nada en comparación con otras ocasiones... —me dijo Rosé—, es más, cada vez que va al baño hay un hombre que la acompaña. 

—Wow... Entonces, ¿cómo la conociste?

—Al principio solo fue un contacto de miradas, nos mirábamos una y otra vez. Cuando yo la miraba ella ya me estaba viendo a mí, y viceversa. Después, nos causaba risa, entonces cuando nos mirábamos, nos reíamos. Luego, en una ocasión ella se fue para el baño y yo me decidí a seguirla, pero con el primero que me topé fue con el hombre enorme que no la desamparaba. 

—¿Y luego?

—No ocurrió nada —continuó—, no pudimos hacer nada, solo logramos mirarnos y sonreírnos. Aun así, yo creo que el hombre se dio cuenta, porque me gustaría ver la cara que harías si hubieses visto el problema que hicieron después... Empezaron a gritar como locos y hubo un hombre que la sujetaba por el brazo aunque ella no se dejaba, incluso llegó a darle patadas al idiota ese. Ella me miraba de vez en cuando, y quien la acompañaba al baño me señaló un par de veces mientras ella seguía defendiéndose hasta que todo el mundo se vio involucrado en ese conflicto. 

—¿Qué hicieron entonces?

—Se la llevaron contra su voluntad. Pero si tú supieras la manera en la que me miró antes de irse —dijo embelesada—. Esa mujer es fuego, amiga. 

Esa historia en lugar de intrigarme me asustaba. Ya conocíamos de algunos de los de nuestro lado que, por estar con las de ellos se habían ganado un disparo o habían tenido que mudarse de discoteca. Estaba segura de que Rosé no iba a ser la excepción. Sin embargo, cuando ella me contó esta historia, Ruby ya dominaba la situación y era la nueva pareja de Rosé.

RUBY TIJERAS | Adaptación JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora