ONCE

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Yo, aquí en el hospital, esperándola a ella, recordándola y hasta haciendo planes y preparando frases para cuando resucite, tengo la sensación de que todo sigue igual: estos años que estuve sin ella no han pasado y el tiempo me ha llevado al último minuto que estuve con Ruby Tijeras. Ese último instante en que, a diferencia de otros, no me despedí. Varias veces le había dicho «adiós, Ruby» vencida por el cansancio de no tenerla, pero a esos adioses siempre les seguían muchos «he vuelto» y para mis adentros los eternos «no soy capaz». Y aquí sentada me doy cuenta de que ese adiós definitivo tampoco fue el último, otra vez he vuelto, otra vez a sus pies esperando su voluntad, otra vez pensando cuántas otras veces me faltarán para llegar a la definitiva y última vez. 

Quisiera irme, dejarla como en tantas otras ocasiones, ya he hecho lo suficiente, ya he cumplido, está en buenas manos, en las únicas que pueden hacer algo por ella, ya no tiene sentido que yo siga aquí, volviendo a lo de antes, es Roseanne quien debería estar con ella, Rosé tiene más compromiso, pero yo, ¿qué diablos hago yo aquí? 

—Amiga —recordé—. Mi amiga.

Mis pies no atienden la voluntad de mis intenciones. A duras penas me levanto, solamente para ver que todo sigue igual, la enfermera, el pasillo, el amanecer, el pobre señor dormitando, el reloj de la pared y sus cuatro y media de la mañana. Por la ventana, una niebla madrugadora nos deja sin montañas y borra los barrios altos de Ruby, probablemente también nos dejará sin sol este día y hasta traerá alguna tormenta, de esas que arrastran lodo y piedras y que dan la sensación de haber llovido mierda.

—No me gusta cuando llueve —me había dicho Ruby en una ocasión.

—A mí tampoco —y que quede claro que no lo dije por complacerla. 

—Es como si en el cielo estuviesen llorando los muertos, ¿no crees? —dijo.

Me la habían regresado a la mitad después de la temporada de drogas en la hacienda. Rosé la había dejado en su apartamento y me llamó para advertirme. Mi amiga no andaba en mejores condiciones, pero al menos tenía un sitio al cual llegar y no sentirse sola. 

—Cuídala tú, por favor —me dijo—. Yo ya no puedo.

Inmediatamente fui con ella. Había dejado la puerta abierta y cuando entré la encontré mirando la lluvia, desnuda desde la cintura para arriba, sólo con sus jeans y descalza. Al sentirme se volteó hacia mí y me miraron sus senos, sus pezones morenos electrizados por el frío. No la conocía así, tal vez parecida en la imaginación de mi sexo sola, pero así, tan cerca y tan desnuda... 

—Por Dios, Ruby, te vas a enfermar —le dije.

—Ay, amiga —me dijo ella y se me arrojó en un abrazo, como siempre que se veía irremisiblemente perdida.

La cubrí, la llevé hasta la cama, la arropé con las cobijas, busqué con la mano algún rastro de fiebre en sus mejillas. Le acaricié el cabello hacia atrás, le hablé dulcemente, con el tono idiota y romántico que ella tanto odiaba, pero el cual yo no podía evitar usar al verla así, derrumbada, abatida, demacrada, pero sobre todo, tan sola y tan cerca de mí. 

—Estoy cansada, ¿sabes? Cansada de todo, amiga —casi no le salía la voz.

—Yo te voy a cuidar, Ruby. 

—Voy a dejar todo atrás, amiga, todo. Voy a dejar esto que me está matando, voy a dejar esta vida de mal, los voy a dejar a ellos, voy a dejar de ser mala, amiga. 

—Tú no eres mala, Ruby —le dije convencida. 

—Sí, amiga, tú sabés que sí.

Le pedí que no hablara más, que descansara, que hiciera un esfuerzo por dormir. Entonces cerró sus ojos felinos, obedeciendo. La vi tan pálida, tan consumida, tan escasa de vida que no pude evitar imaginármela muerta, me recorrió un pavor inmenso que provocó que le apretase las manos y después me incliné, para darle sin inhibición un suave beso en la frente. 

RUBY TIJERAS | Adaptación JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora