La ciudad está encerrada por dos brazos de montañas. Un abrazo topográfico que nos encierra a todos en un mismo espacio. Siempre se sueña con lo que hay detrás de las montañas aunque nos cueste desarraigarnos de este lugar; es una relación de amor y odio, con sentimientos más por una mujer que por una ciudad. Esta ciudad es como esas madres de antaño, llena de hijos, creyente, piadosa y posesiva, pero también es madre seductora, puta, exuberante y fulgorosa. Quien se va vuelve, quien reniega se retracta, quien la insulta se disculpa y quien la agrede las paga. Algo muy extraño nos sucede con ella, porque a pesar del miedo que nos produce, a pesar de las ganas de salir corriendo que todos alguna vez hemos tenido, a pesar de haberla matado muchas veces, la ciudad siempre termina ganando.
—Deberíamos irnos de aquí, amiga —me dijo Ruby en una ocasión, llorando—. Tú, Rosé y yo.
—¿Y para dónde? —le pregunté.
—Para cualquier lugar —dijo—. Para la mierda.
Lloraba porque la situación no daba para menos. Estábamos las tres en la casita de la hacienda pequeña, encerradas desde hacía bastante tiempo, consumiendo todo lo que se pudiera consumir, lo que se pudiera conseguir. Rosé dormía los efectos del abuso y Ruby y yo llorábamos mirando el amanecer.
—Esta ciudad nos va a matar —decía ella.
—No la culpes —decía yo—. Nosotros somos quienes la están matando.
—Entonces está cobrando venganza, amiga —dedujo ella.
Ruby había llegado muy irritada después de un fin de semana con los narcos y nos pidió que saliéramos de la ciudad por unos días. No nos dijo lo que le había pasado, ni siquiera después, ni siquiera a mí, pero como sus deseos no daban otra opción, la complacimos y nos fuimos para la hacienda. Durante el trayecto yo pensaba que la irritabilidad de Ruby no era nueva, ya llevaba mucho tiempo así, y aunque ella era una consumidora ocasional —«social», dicen algunos— de droga, relacioné su estado con el aumento de su hábito. Yo estaba un poco alejada por esos días, como a veces lo hacía, porque esa vez su relación con Roseanne parecía estar en uno de esos momentos de auge que exaltaban con fiestas y mucho sexo. Por eso preferí tomar distancia un poco. Pero fue precisamente esa euforia la que las fue sumiendo en estados irascibles y tempestuosos que nos distanciaron todavía más, hasta el punto de que pasaron un par de meses y yo no sabía nada de ellas.
Hasta que llegó una noche en que me llamó Rosé y me pidió que le hiciera compañía en el apartamento de Ruby.
—Está con ellos —fue lo primero que me dijo, pero parecía no importarle.
Estaba perdida, cuando hablaba se notaba que estaba pensando en otras cosas, claro, si es que podía pensar.
—No te imaginas por lo que hemos pasado —me dijo, pero no me dio detalles.
Sentí que estaba empezando a tener las mismas actitudes de Ruby, su misterio, su presunción por el peligro, su necesidad de mí.
—No me dejes sola, amiga, por favor —me suplicó—. Quédate conmigo hasta que ella regrese, ¿sí?
Lo hice pero no de muy buena gana. Rosé estaba insoportable, cualquier detalle la exasperaba, no llevaba el hilo de ninguna conversación, me pidió dinero prestado para comprar droga, tuve que acompañarla, no se podía quedar un segundo sola; incluso, debía estar con ella en la ducha.
—Estás hecha una mierda, Roseanne —no me aguanté para decirle—. ¿Por qué mejor no vamos a tu casa? Allá vas a estar mejor.
Me hizo muy mala cara y trató de ignorarme, pero después se me colgó abrazada, llorando, suplicando, pidiéndome perdón, que por favor la acompañara hasta que Ruby llegara, y yo no fui capaz de dejarla a su suerte, me dolía verla así. Además, yo también tenía miedo, presentía, y no me equivoqué, que más temprano que tarde yo acabaría como ella.
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RUBY TIJERAS | Adaptación Jenlisa
FanfictionLa violencia del narcotráfico enmarca esta historia de amor entre una hermosa pandillera, Ruby Jane, apodada «Ruby Tijeras», y dos chicas de la alta sociedad. Una aventura narrada desde los corredores del hospital donde Ruby, llena de disparos, se d...