Capítulo Tercero

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Capítulo Tercero

Diego

Me desperté con suficiente energía como para levantar un toro con un solo brazo. Entonces recordé mi herida, la cual ya no existía y luego miré a mi izquierda, allí estaba una chiquilla dormida. Su cabeza estaba recostada en la cama y su cuerpo reposaba en el suelo. Según mi parecer estábamos en la tienda de campaña de los hechiceros. Me levanté con cuidado quedándome sentado en la cama.

De pronto mi mente daba vueltas, me llevé las manos a la cabeza intentando alejar el dolor, pero no lo conseguí. No hacían más que acudir imágenes de la chica de mi lado corriendo en busca mía. Yo no me paraba, solo caminaba con sangre por todo el cuerpo, pero no era la mía, sino la de otros.

Cuando hubo pasado el dolor, vi que la chica se removía molesta y con lágrimas en los ojos. Pronto se despertó y me miró con esos ojos alarmantemente atrayentes. Sonrió al verme sano, lo supe porque… porque…

“Puedes leerme los pensamientos y yo a ti…”

Pensó la chica mientras se acomodaba el cabello rubio a un lado de la cara. Me miré la herida de nuevo y lo comprendí todo. Fruncí el ceño. Había usado ESE conjuro. Precisamente ese yno otro… ¿Tan grave estaba?

“Mucho, pero no pretendía atarle a mi, solo quería salvarle.”

Me toqué el tabique de la nariz. Esto era de locos. Justo en esos momentos en los que solo podía pensar en la batalla me pasaba esto.

“Gracias, chica…” –imité su forma de comunicarnos y me pareció de lo más normal.

–Me llamo Christina, pero todos me llaman Chris. Y no hay de qué. Sin usted no habría nada que hacer.

La miré confundido, pensaba que era una chiquilla pero hablaba como una mujer. La chica se avergonzó ante mi pensamiento pero no lo sentía en absoluto, era la verdad. Sabía lo que tenía que hacer en estos casos y, por muy teniente que fuera, debía obedecer a la ley de los magíster y de mi tradición. Me arrodillé frente a ella, quien estaba sorprendida, y le tomé la mano.

–Juro por mi honor de caballero que jamás correrás ningún peligro estando a mi lado y que, a no ser que no sea tu voluntad, no te alejaré de mí nunca. Ahora estás bajo mi protección, pequeña salvadora.

Sabía que lo estaba pasando realmente mal, pero no tenía más remedio que hacerlo, además, para cualquier otra mujer sería todo un honor que le jurara lealtad, pero al parecer esta chica no quería este juramento por nada en el mundo. Sus pensamientos iban de un lado a otro y yo no sacaba nada en claro. Oía: “Dios, no pensaba que esto sería así.” “¿Qué hago? Ahora me odiará”… Entonces me cogió del brazo e hizo ademán de que me levantara. Lo hice, le sacaba más de dos cabezas.

“No quiero que te ates a mi porque sé que no lo deseas. Así que yo no…”

“¡No lo digas! Quiero servir a la chica que me ha salvado la vida. Además, yo soy un caballero, no permitiré que alguien te dañe o mueras.”

Le cogí la mano y se la besé. La chica se estremeció, y pensó algo muy interesante. Se avergonzó enseguida y el rubor llenó su cara de rojo. Se veía hermosa.

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