Dulce vida matrimonial

1.4K 82 4
                                    

Yuma arrastra los pies hasta casa. Desde lejos, divisa una tenue luz que se cuela entre la cortina de carrizos. Detrás, una sombra inquieta se pasea de un lado a otro. Algo duele en el centro de su pecho al saber que Zamil lo sigue esperando.

Entra directo al baño, su esposo ha tenido la consideración de preparar la tina y aunque le gustaría disfrutar del agua tibia, no quiere hacerlo esperar. Sale del baño y se coloca la bata de seda que dejó en la cama antes de marcharse.

El olor de la comida alborota su estómago y lo arrastra a la cocina, donde la mesa brilla adornada con una hilera de pequeñas velas. El jaguar ha cocinado dos platillos de los que Yuma aún no se aprende el nombre.

—Siento que no haya nada que celebrar —dice con una sonrisa tensa.

Zamil abre la boca, la cierra y asiente mientras va apagando las velas una a una. Se detiene en la última, se muerde los labios. Yuma espera que todo termine.

—Siempre hay algo que celebrar—dice y jala la silla. —Siéntate.— Yuma obedece y recibe un beso en la mejilla. Su esposo vuelve a encender las velas.

—Gracias.

El cambiante solar frota su mejilla con la suya, tiene una piel suave que siempre consigue mejorar el humor de Yuma. Es algo cariñoso y territorial.

En el intercálido de sus veintiún años, la época de mayor calor del territorio, Yuma lo olió por primera vez.

En aquel entonces, un aroma extranjero en los bordes del territorio era señal suficiente para que un restrictor se acercara a comprobar que no sucediera nada. Cada clan a lo largo de la región que su especie ganó a los humanos en una guerra de décadas protegía sus límites con los conocimientos ancestrales y mágicos de sus dioses y sus recursos naturales.

El puente era una de las tres formas de entrar en el área. Sin embargo, cruzarlo no garantizaba llegar al corazón de la manada. Los bosques de los Moonlight estaban protegidos por una neblina ancestral. Sin un guía ni el permiso de otro miembro de la manada, el intruso jamás encontraría el camino. Si tenía suerte volvería al pie del puente.

Aun así, durante el mandato de Abrat, más de un paria desterrado de la manada los traicionaba y mostraba el camino a extraños que buscaban hacerse con el control. Por eso los restrictores seguían custodiando las fronteras.

Aquella tarde que ahora recordaba, el animal estaba con los sentidos aguzados cuando Yuma lo descubrió. Su pelaje era negro con reflejos dorados, que destacaba en el bosque de coníferas y despertó la curiosidad del lobo. Aunque ya era formalmente un adulto, Yuma todavía no había salido de los límites de la región ni tampoco había convivido con clanes del Sol.

El jaguar se quedó sentado en su extremo del puente. Se lamía una pata prestando atención a cada movimiento de Yuma, que avanzaba hacia él tabla a tabla. El puente se cimbreaba a su paso, los vientos de la estación lo movían con un ritmo pausado de un lado al otro. Yuma ya conocía el compás; su cuerpo lo seguía tan bien que, en la distancia, daba la impresión de caminar en línea recta, ignorando el movimiento de la estructura. Cuando llegó a la otra orilla, el jaguar cambió a su forma humana y levantó las manos por encima de su cabeza de cabellos negros.

—No estaba intentado colarme en territorio prohibido —exclamó en el idioma de los humanos, el lenguaje neutro que los cambiantes eligieron para comunicarse—. Mi hermano y yo estamos de visita en el clan rojo. Me aburrí y me gusta explorar. Que yo sepa, eso no es un crimen.

Yuma gruñó. El hombre se puso en cuclillas y extendió la mano con el dorso hacia arriba.

—Me llamo Zamil-há. —Se señaló el pecho desnudo, donde llevaba tatuada la marca de la manada Balam, uno de los clanes con el que los lobos mantenían un tenso acuerdo de paz—. Este puente es una belleza.

Esclavo del Deseo | Que te jodan biología #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora