Es solo un beso

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Yuma lleva toda la tarde entrando y saliendo de habitaciones esterilizadas y laboratorios que funcionan con la precisión de un reloj.

Escucha las explicaciones de los distintos encargados de área e intenta seguir el hilo de sus palabras mirando los apuntes que recibieron de parte de Ellian el día anterior. Aún con esa información, Yuma no entiende mucho y duda que alguno de los emisarios de las distintas manadas se encuentren en diferente situación.

¿Qué sabe él de compuestos activos y patentes?

¿Cómo se supone que descubrirán algo incriminatorio si desconocen lo más básico de los procesos? Si Xel-há esperaba que su parentesco con Quillian le diera ventaja, lo va a decepcionar. Era un adolescente cuando su padre empezó el proyecto en la ciudad humana y la relación entre ellos ya estaba de sobra deteriorada como para que se involucrase de cerca en todo lo que implicaba el negocio de los fármacos.

—Exportamos a las ciudades humanas de la frontera y los cargamentos que entran en el territorio cambiante van supervisados por empleados de cada una de las sucursales de sus respectivas tribus —explica el encargado de la distribución de medicamentos, un humano de manos regordetas y pómulos rojizos—. Hemos creado una base de datos con los intermediarios humanos y relaciones de los números de lote.

Asiente, toma notas y luego de un rato de más charla, se despiden con un apretón de manos. Sale del área, se fija en sus apuntes y en el itinerario que ha planeado. No le encuentra sentido a continuar. Está perdido porque no sabe con certeza qué es lo que busca.

Para esas horas, las luces de los pasillos ya están encendidas. Yuma se cubre con la mano a modo de visera. Es incapaz de ver la luna a través de los ventanales, pues los altos edificios opacan todo con anuncios. Se masajea las sienes, los más de trescientos empleados han ido abandonando las instalaciones en las últimas horas, así que se encamina al único lugar en el que no ha estado: el museo.

La puerta está semiabierta, así que entra ladeando el cuerpo para evitar moverla. Sus pupilas agradecen el interior pobremente iluminado. El sonido hueco de sus pasos rebota en el techo abovedado. Se acerca a los cuadros de las paredes, enmarcados por un filo de luz cenital azul. Son retratos de la Mesa Fundadora, colocados a la altura de su rostro mirándole directo a los ojos.

Ellian estaba muy emocionada al hablarle del lugar y ahora entiende por qué. La historia y cultura de su clan se cuentan a través de textos en las paredes y otros con cuadros colgantes. Yuma descubre que no es el único en la sala: otro cambiante analiza la escultura que preside la sala. Se trata de dos mujeres trenzadas en un abrazo en el que sus delgados vestidos emulan la sábana del cielo. Sus labios a milímetros de un beso. Son Lucine y Mabel.

Yuma huele que se trata de un cambiante del clan de sol, así que dirige su atención a los cuadros. Ya no hay empleados en la zona ni la mujer que se encarga del recorrido, así que lee cada uno de ellos con atención y nostalgia. Es una exposición para humanos, para explicarles las costumbres y el origen de la manada Moonlight.

Aparece la cronología de los descubrimientos que hizo Quillian y que alteraron el rumbo de la biología cambiante. Desliza sus dedos por la pared, las letras son de un muy ligero relieve.

—Te ves bien en esta pintura —dice el cambiante que ha desviado su atención de la escultura a los cuadros detrás de la misma, a poco metros de Yuma—, más joven.

Yuma mira en su dirección para descubrir un retrato de él cuando tenía unos diecinueve años. La leyenda reza: «Yuma Blackwood, omega de los Moonlight y restrictor.» Ladea el rostro para contrarrestar la tensión de su cuello mientras camina hasta colocarse al lado del cambiante jaguar.

Esclavo del Deseo | Que te jodan biología #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora