El Alfa de los Balam

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La luz del sol lo despierta y sus ojos tardan en acostumbrarse a la claridad del territorio. Incluso luego de tres años el dolor de cabeza matinal persiste, pues reflejos de las lagunas se cuelan por el ventanal. Las casas de los jaguares son todas blancas, la luz natural es suficiente: A los Balam no les importa, aman el sol. Y él es un lobo, un maldito lobo mestizo que solo quiere cortinas.

Dan dos golpes rápidos a la puerta. Cuando abre, Yuma se encuentra con que el chico de ayer está de vuelta. Lo mira fijo fijamente, con un aire de hostilidad que no se atrevió a mostrar ante Zamil.

—El líder Xel-há lo requiere en el salón de reuniones. —Yuma se estira, todo el cuerpo le duele y no piensa ir sin tomarse una ducha antes. El joven jaguar parece leerle el pensamiento, porque agrega—: De inmediato, Yuma-há.

Yuma apoya una mano en la cadera y mantiene los ojos fijos en él. A pesar del «Há» que marca el apellido de la familia de más alto rango de los Balam, su tono denota lo mal que le sabe dirigirse a él con respeto.

—Espérame aquí —indica y se da media vuelta.

Quince minutos después, arreglado y limpio, sale de casa. El chico gruñe por lo bajo durante todo el camino. Lo mira por el rabillo del ojo con una furia que no consigue disimular. Yuma sonríe.

Ya no eran cambiantes tribales luchando a mordiscos por los territorios, pero las costumbres, esa tradición de odio entre los clanes del Sol y la Luna, no saldrían de sus sistemas en varias generaciones.

Quillian se lo había repetido muchas veces: «Se supone que tenemos inteligencia, a esta gente le vendría bien usarla». A Yuma aquello solía hacerlo reír. Su padre se quejaba mucho de la falta de sentido común del resto de cambiantes.

La naturaleza y los instintos no mutan tan rápido a diferencia de los acuerdos y las guerras.

Cruzan el jardín central, un precioso conjunto de lagunillas aguamarinas donde las mujeres se reúnen para las diferentes labores mientras los niños juegan entre los charcos, a la vista de la comuna.

—¡Yuma-há! —grita Ixchel desde el centro de una de ellas, donde un círculo de omegas macho y hembra bordan los tapetes de sus próximas ceremonias sobre los nenúfares gigantes—. Hoy no te salvas.

Ixchel tira del codo de Yuma. El joven jaguar rueda los ojos y le da un golpecito en la mano.

—El líder ha requerido su presencia, no tiene tiempo para sus cosas de Omega —refuta con el ceño fruncido.

Ixchel y Yuma levantan una ceja, sincronizados.

—Se ve que aún no te sale pelaje de hombre —responde la omega con las manos en jarras—. Tu madre tejió un tapete antes de casarse, tu hermano lleva bordando desde que tú eras un cachorro y tu esposa o esposo lo harán también. Eres un alfa y debes honrar las tradiciones, incluso Yuma-há muestra más respeto que tú aunque no pertenezca a este clan.

El chico se eriza. Ixchel es una omega alta con el pelo claro y suave que entre los rayos de sol aparenta pesar lo mismo que una pluma. Es la única persona que Yuma considera una amiga entre los Balam. La conoció cuando se anunció su ceremonia de marca y se la asignaron para guiarlo en la confección del tapete de bodas.

—Vendré después de la reunión —dice Yuma colocando sus manos en los hombros de Ixchel—. No frunzas tanto el ceño o te quedará marca.

Ella se pone roja y se lleva las manos a donde sus cejas hacen una arruga. Yuma ríe y sigue su camino. Al cabo de unos pasos su guía se limpia la garganta.

—¿En el clan Moonlight no hacen el tapete matrimonial?

—¿Te ha picado la curiosidad? —pregunta inclinándose para buscar sus ojos.

Esclavo del Deseo | Que te jodan biología #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora