Control de daños

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El lugar está abarrotado por los reporteros. Yuma no ve al resto de emisarios aunque hay una zona marcada en las sillas que son para ellos. A quien sí ve es a su padre, parado detrás de la pared que conecta la sala con un pasillo que, Yuma recuerda, conduce a las oficinas ejecutivas. Quillian voltea, sus miradas se encuentran y la llamada del vínculo resuena como la nota musical de un instrumento de cuerda. Quillian rompe el contacto primero, revisa los papeles en una carpeta y Yuma nota el tic en su pierna, que golpetea rítmicamente el suelo.

Se acerca sin pensar y cuando se percata están frente a frente. Su padre levanta la vista, entorna los ojos. Yuma echa los hombros para atrás y, fingiendo una seguridad que no siente, estira las manos para acomodar el cuello chueco del traje de su padre. Otra vez el aroma a licor le pica en la nariz.

—¿A qué se debe esta amabilidad? —pregunta Quillian.

Los nudillos de sus dedos rozan la barba oscura. La quijada de su padre se tensa.

—¿A qué se debe que Ellian esté deseando una reconciliación? Incluso Vellner me abordó anoche ¿Qué es lo que ha contado? —pregunta Yuma mientras retira sus manos con la mayor naturalidad posible.

Quillian bufa, menea la cabeza con frustración.

—Su preocupación se debe más a lo que he callado.

Yuma se humedece los labios resecos y su padre mira su ritual con ojos oscuros. El hijo vuelve a pasar su lengua por el labio inferior, un poco más lento que de costumbre, un poco más húmedo. La respuesta es un gruñido grave.

—¿Sigues tomando tu medicamento? —pregunta Quillian apartando la vista y abotonando las mangas de su camisa.

La pregunta se siente como un bofetón y el cuerpo del mestizo se enciende. Va a contestar cuando el vínculo se eriza de manera inevitable ante la presencia de un intruso. Su padre se estremece debido el estímulo que comparten. Es demasiado confuso tener que vivir con las emociones mezcladas cuando están juntos.

—Joven Balam —saluda Vellner tras situarse al lado de Quillian. Yuma desea morderlo.

—Beta Vellner —responde, formal.

La naturaleza salvaje del antiguo líder de los restrictores y ejecutores no encaja con su vestimenta de ciudad. Es un cambiante fornido, al que el traje gris le combina con sus ojos cafés, aunque Yuma no se acostumbra a la imagen asume su cotidianeidad, puesto que Vellner es la mano derecha y amigo de la infancia del Alfa Blackwood.

—Quill, vamos a empezar ya —dice Vellner mientras toma a su padre de los hombros y lo sacude un poco—. Concéntrate.

Yuma se contiene. Nunca le ha gustado ese nivel de intimidad. Odia el vínculo especial de los consejeros Beta con sus líderes Alfa. Siempre parecen compartir un código que grita intimidad por todos lados. Solo falta ver a Zamil y Xel.

—Terminemos con esta mierda. Yuma—llama Quillian. Él alza la vista un poco perdido en sus pensamientos—, ve a tu lugar.

—No me lo tiene que ordenar. Quiero ver cómo se defiende de esto, jefe de los Moonlight.

Quillian emula una risa sarcástica, una mueca prepotente que solo acentúa lo atractivo que es.

Por su parte, Yuma se dirige hasta la cuarta fila, detrás de los periodistas y toma asiento junto a los representantes que ya han llegado.

Ojalá su padre supiera vender mejor toda la imagen de poder y seducción que concentra en la palma de su mano. El hombre podría poner a quien quisiera de rodillas.

Y lo sabe. Aún tiene el pulso acelerado por la reciente cercanía, de modo que intenta apartar la sensación, deshacerse de ella como se sacude el polvo del pelaje, aunque reconoce que es un intento vano. Una añoranza lo invade, la del tiempo en que su relación no era así de incómoda. Aquellos años en los que Quillian, a pesar de ser hermético e intransigente, también se comportaba como un padre atento y cariñoso. Juguetón incluso.

Esclavo del Deseo | Que te jodan biología #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora