Capítulo 4

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Años antes...

Sabía que algo malo estaba pasando. Él nunca nos hablaba así, y mucho menos se presentaba en nuestra casa un sábado por la mañana para "charlar con nosotros", como nos había dicho antes de sentarnos en el sofá que estaba en una esquina del mini salón de nuestra mini roulotte. Mi padre la había alquilado hacía mucho tiempo, cuando no podíamos permitirnos nada mejor, y lo cierto es que a día de hoy tampoco lo podemos hacer.
– Niños... — comenzó — Ha pasado algo...
Me estaba empezando a preocupar. Si había pasado algo serio... ¿Por qué no venían papá y mamá a decírnoslo y ya está?
— Resulta que ayer, cuando vuestros padres volvían del bar, tuvieron un accidente, parece que habían bebido bastante– No podía creer lo que estaba oyendo.
Papá solía beber, sí.
Pero nunca cuando conducía.
Se controlaba muy bien, y nunca habría puesto en riesgo a mamá.
– El caso es que... — continuó aquel hombre que era como nuestro segundo padre — Han muerto. Los dos.
En ese momento dejé de escuchar.
Creo que mi hermano, que por aquel entonces tenía catorce años, se echó a llorar, pero a esa edad, todos queremos hacernos los duros, así que inmediatamente se fue a su cuarto.
Mi reacción fue diferente.
Al principio creía que me estaba mintiendo, que todo era una broma de mal gusto.
Cuando el que ahora era mi tutor legal se inclinó para abrazarme, lo supe.
Supe que no era mentira.
Que estaban muertos.
Que no los iba a volver a ver.

Al fin y al cabo, cuando tienes seis años, las cosas son totalmente diferentes. Hacerte una herida en un dedo parece lo más grave del mundo.
El problema está cuando la herida es mucho más grande. Del tamaño de un padre y una madre que no vas a volver a ver nunca.
Y claro, al ser pequeños, no sabemos cómo afrontarlo, porque en el fondo, no somos conscientes de lo que está pasando.
No sabía qué hacer ni cómo sentirme. Solo quería darle un abrazo a mami y que me dijese que todo iba a estar bien, pero obviamente no lo iba a poder volver a hacer.
Fue ahí cuando yo también me eché a llorar.


                     * * *

El funeral fue dos días después.
Fue una ceremonia muy bonita y discreta.
Riley dio un discurso que había preparado el día anterior y tanto él como los demás presentes se emocionaron mucho.
Mi hermano mayor siempre había tenido un don con las palabras. Se le daba súper bien escribir, sobre todo si se trataba de letras para canciones.

No fue demasiada gente al funeral, y la gran mayoría eran amigos de mi madre.
Mi padre era un buen hombre, o eso pensé yo desde siempre. Había trabajado muy duro, aunque la vida no se lo compensó como debería.
También estuvo totalmente presente en nuestra crianza, y hacía muchas cosas por nosotros.
Pero tenía algunos problemas con las bebidas, como le oía decir a mami. Y eso no le gustaba a mucha gente, porque a veces, cuando los mayores beben esas cosas, se vuelven un poco locos y hacen tonterías. Eso era lo que me había explicado mi hermano y mamá cuando un día papá estaba durmiendo en el sofá cuando llegamos a casa después del cole.

Después del velatorio nos fuimos al restaurante de Thomas, que ahora era nuestro tutor legal, y nos preparó unas hamburguesas que estaban muy ricas.

Thomas sí que era muy bueno. Estaba con nosotros casi siempre, nos hacía la comida y se encargaba de que comiésemos y fuésemos al cole, a pesar de tener a su propia hija y sus responsabilidades.

Esa noche nos acompañó a casa, y cuando me metí en la cama, por la noche, me dio un beso en la frente y me dijo que todo iba a mejorar.

Fue la primera vez desde el accidente en la que parecía que verdaderamente todo iba a estar bien.

Lluvia de estrellas ( Candela Bande)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora