Frente a mi, mi otro yo.

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La luz de la pantalla de la computadora me estaba perforando los ojos, ya quería irme a dormir cuando escuché ruidos abajo en mi comedor. Enseguida pensé, 'Un intruso', ya que era imposible que otra persona pudiera hacer ruidos de una silla moviéndose a no ser que fuera yo, y yo vivía solo, pero en este momento, me hubiera gustado estar con mi madre en Arkansas, y no a cuidar la casa por mi estúpida flojera.

Tragué saliva y agarré el bate de béisbol que me dejó mi padre por si algo pasaba. Fue su último regalo antes de irse a vivir con otra familia, sin embargo, su regalo viene útil ahora.

Por suerte, recordé dejar las luces de los pasillos apagadas mas la de la cocina, pero parece que la cosa que estaba abajo no podía ver así que me prendió la luz del living. Bajé con firmeza las escaleras, intentando no hacer ruido y agarrando el bate con fuerza, preparado para cualquier circunstancia. Una vez que estuve abajo, lo que veía no tenía ningún sentido. Sentado en el sillón frente al televisor había un chico... un chico igual a mi, incluso llevaba la misma ropa que yo. No supe cuando, pero comencé a sudar, el agarre en mi bate ya no era el mismo y sentía que se humedecía el mango.

Escuché en las noticias que no había que hablarle a los intrusos, pero ahora que tenia uno enfrente, lo que menos quería hacer era golpearlo, solo si era necesario, pero no estaba en mis principales ideales. Me armé de valor y busqué las palabras correctas para iniciar una conversación.

—¿Qué haces en m-mi casa?— Mi otro  tardó en reaccionar, pero se levantó del sofá, lo único fue que no se giró.

—No te muevas, tengo un arma y no dudaré en usarla.— De hecho  si dudaba en usarla, pero tenía miedo de que hiciera algo... de que me atacara.

—Puedo sentir que tienes miedo.— Habló él o eso con una voz extraña, no era la mía, quizás si pero estaba modificada, como si fuera casi un robot.

—¿Qué? No tengo miedo, pero no te muevas.

—Bien, no me moveré.— ¿Estaba siendo amable o era que me estaba engañando? La televisión dijo que los intrusos eran completamente agresivos y había que tener sumo cuidado si te encontraban.

—Bien.— Bajé mi bate y lo dejé sobre la mesa de la cocina.

—No voy a hacerte daño.— Le dije.

—¿No?

—No.

—No te creo.— No dije nada y le lancé mi bate por el piso, este rodó hasta llegar al lado del sofá y me asusté cuando el intruso miró de repente hacia el bate.

—No puedo hacerte daño, pero no me hagas daño a mi tampoco.

—Bueno.

—¿Crees que pueda verte?

—Ya me estas viendo.

—Puedes acercarte, darte la vuelta, lo que sea.— Quizás esto era raro hasta para él.. o eso, pero me hizo caso y se volteó. Lo que vi le daría miedo a cualquiera.

Su rostro se veía horrible, tenía los ojos muy abiertos, rojos casi, como si hubiera llorado, una sonrisa villana y una nariz doblada. Jamás podría confundir esa cosa conmigo.

—¿Te pasa algo?— Le pregunté.

Él negó con la cabeza.

—Volveré a preguntar, ¿que haces en mi casa?

—Esta es mi casa ahora.

—No, es la mía.— Él se mueve de repente, mira el suelo, avanza unos pasos y vuelve mirarme, pero se frena antes de llegar a mi.

—Ey, ey, ey, despacio. Tranquilo, ¿si?

—¿Qué es tranquilo?

—Que te quedes ahí. ¿Puedo acercarme?

Él no se inmutó, solo me miraba.

—¿Puedo tocar tu rostro?— Antea de que pudiera responder, extiendo mi mano y toco la mejilla del intruso. Se siente como la mía, o sea que es real, es de carne y hueso, como yo. Por su parte, él sigue mis movimiento con sus ojos y no se mueve. ¿Estará molesto? No parece.

—¿Por qué tienes los ojos rojos? ¿Estuviste llorando?

—¿Qué es llorar?— Alejo mi mano porque presentía que estaba por hacer algo.

—Cuando estás triste, se acumula una presión en tu pecho y eso sube a tus ojos y te hace llorar. Parecía que estabas llorando.

—...

—Borra esa sonrisa de tu cara.

—¿Qué sonrisa?

—Esa.— Imita su expresión y él cambió de estar sonriente a estar serio. Era interesante como aún no me había hecho daño. ¿La televisión miente entonces? ¿Qué pasa si hay especímenes que no son agresivos? ¿Sería yo el primer humano en encontrar uno?

—¿Vas a responder mi pregunta? ¿Qué haces en mi casa?

—No puedo irme.

—Si, si puedes, ahí esta la puerta.— Se la señaló y él voltea pero después vuelve a mi.

—No puedo irme.

—Yo tampoco voy a irme. Lo siento, pero yo llegué primero. Pero puedes quedarte conmigo.

—¿Cómo?

—Escucha, mi madre está de viaje por todo este mes, así que puedes quedarte conmigo.— Él intruso me mira de arriba a abajo, la noticia no le cayó nada bien.

—¿Con... tigo?

—Si, mírale el lado bueno, puede ser interesante vivir conmigo. Es eso o que llame a la policía de Mandela.

—No, no hará falta.— El intruso me extiende su mano y yo tardo unos segundos antes de tomarla.




























¿En qué estaba pensando?

testimonios de mandela. // the mandela catalogue.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora