Capítulo 1.

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Vicenta

—Un día te voy a dejar —le digo a Esteban desde la cocina, mirando con ansiedad la prueba de embarazo que me hice y la cual estoy ocultando tras mi espalda.

Él ríe y se levanta del sofá para venir a mí, así que rápidamente tiro el objeto a la basura sintiendo el corazón tan acelerado que duele. No lleva playera por lo que puedo notar los moretones que tiene en sus costillas. No sé cómo se los hizo y no me importa.

—¿Tú dejarme a mí? Qué buen chiste, nena.

—No estoy contando ningún chiste.

—Tampoco ninguna verdad, hija de perra —espeta de forma baja, amenazante.

Sus pasos acercarse a mí suenan espeluznantes, tanto que me encuentro rodeando la mesa para que no me alcance. Él mira lo que pretendo hacer y echa a reír, seguro burlándose de que ningún pedazo de madera lo detendrá de hacerme lo que desea. No obstante, se queda estático, cruzado de brazos, viéndome como si no valiera un mísero peso. Mis ojos arden en anticipación porque es injusto que mi vida matrimonial sea un asco cuando todo lo que he querido es ser amada bonito.

—Iré a la base para ultimar detalles del operativo en Sinaloa —le comunico apresuradamente, saliendo tan rápido de aquí que no veo cuando me sigue ni toma del cuello. Termino empotrada de espalda contra la pared, su mano viajando a mi vientre. El cuerpo entero se me tensa.

—¿Cuánto tienes? —me pregunta con tono hostil, alzando la blusa que traigo puesta y acariciando la zona que tanto miedo me provoca porque jamás he tenido elección de esto pues nunca he sido dueña de mi cuerpo.

No lo fui de niña y tampoco lo soy de adulta.

—No sé de qué...

—Te he escuchado vomitar y miré como tiraste la prueba, Vicenta. Dime, ¿cuánto tienes?

El horror que experimento es algo tan espantoso que me agita el ritmo cardíaco de una forma peligrosa. Sudor frío empieza a bajar por mi frente y columna, algo que lo hace reírse a carcajadas mientras engancha mi mandíbula con sus largos dedos los cuales se aprietan como tenazas. Un pequeño grito escapa de mí.

—Bien, no me digas, pero no nacerá —brama un hecho que yo quiero porque un bebé no puede criarse en este matrimonio, menos cuando lleva su sangre. Si a mí me viola todos los días, ¿qué le espera al bebito? Yo no quiero que esta criatura pase por lo que Rogelio me hizo a mí cuando mamá ni Santiago estaban en casa—. Irás por una maldita píldora y lo abortarás, que suficiente tengo con mirarte las cicatrices que te cargas. Ahora... —me empuja más contra la pared, su fuerza bruta haciendo horrores en mi cuerpo—. Sácate de la puta cabeza que me dejarás, nena. Eso no pasará ni hoy, ni mañana, ni nunca. Además —me ve de pies a cabeza con mero asco—, ¿quién querría a un calcetín usado? El hombre que ponga los ojos en ti será solamente para meter su pene en tu usado hueco. Es lo único que puedes ofrecer porque ni amar sabes. Así que a la próxima que abras tu asqueroso hocico, piensa un poco con esa mente fragmentada que tú papi Rogelio te dejó a causa de las brutales violaciones que te daba.

Esteban me empuja con fuerza por lo que caigo al piso al tiempo que va a la puerta que están tocando. Veo a su abogado entrar, algo le dice sobre "una nueva cláusula en el testamento" que lo pone rígido, más no me quedo a escuchar porque salgo corriendo a la base antes de que se desquite conmigo.

(******)

Abro los ojos de a golpe orientándome en tiempo y espacio.

Tormenta (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora