Santiago
Sonrisa.
Tengo una enorme sonrisa en los puñeteros labios porque hace horas cogí con mi hembra favorita. Fue un momento férreo, cargado de morbo y de ganas donde ella me dejó penetrarla por detrás lo cual me tuvo como un poseso dándole hasta acalambrarme ya que la estrechez de su culo me vuelve loco.
Ahorita ella se encuentra dándose un baño de espuma en la tina mientras canta una canción de Demi Lovato ya que la ratera se trajo la grabadora de la cocina a nuestra habitación. Recordar el cómo la tomó me hace soltar una risa baja porque parecía una niña chiquita queriendo su juguete, uno que escondió bajo su camisa holgada pese a que era evidente mirar que llevaba un objeto consigo. Claro está que no le dije nada ya que mirarla de esa forma me causó gracia y ternura, sobre todo esto último.
Expulso el humo de la nicotina que encontré en el armario y relajo los músculos poniendo atención a lo que ella entona con su perfecta, sensual y melodiosa voz que me la pone de fierro.
—«But you make me wanna act like a girl. Paint my nails and wear high heels» —giro a verla notando que me está apuntando con su dedo mientras sostiene la botella de champú—. «Yes, you, make me so nervous that I just can't hold your hand. You make me glow».
La sonrisa en mis labios se amplía porque me fascina mirarla así de relajada y contenta. Vicenta brilla estando lejos de los problemas y florece haciendo cosas tan simples como ducharse y cantar. Es incandescencia, resiliencia y fortaleza, tres palabras que pretendo tatuarme en el pecho junto a su nombre y fecha de nacimiento porque con ello cerraré lo que le confesé en aquella ciudad.
Estoy enamorado de ella hasta los huesos y eso es demasiado peligroso porque sé que terminaré hecho mierda si un día decide abandonarme. De solo pensar en eso la nariz me arde porque jamás quiero dejar de mirar los ojos grises que tan adicto me tienen.
Me encanta su tempestad y por ella voy a buscar la manera de darle lo que siempre quiso incluso si me quemo en el proceso porque soy sincero al decir que mi vida vale una tonelada de estiércol si ella no sonríe. Por más loco que suene, es el oxígeno que requiero para subsistir en un mundo donde muchas veces el ahogo quiere hundirme.
—¿Qué tipo de música te gusta más? —le cuestiono, botando la estela de humo para luego dejar la cola del cigarro en el cenicero.
La sirena que tengo en esta habitación recarga los brazos sobre la orilla de la tina blanca y coloca su barbilla encima de ellos para mirarme con esa intensidad que tanto la caracteriza, pues Vicenta no te ve con suavidad, sino que te incinera y lanza cadenas que te hacen querer estar siempre arrodillado ante ella. El cabello rojo carmín se le pega al cráneo de lo húmedo que está y uno que otro mechón le cae encima de sus hombros haciendo que su piel se vea más pálida.
Se ve hermosa usando cualquier tipo de tono de cabello, pero soy sincero al decir que extraño mirarle el pelo azabache porque con ellos sus ojos grises destacan muchísimo más. Bueno, Vicenta siempre destaca vaya a donde vaya, es un hecho que llama la atención con su indescriptible belleza cargada de un peligro letal que puede acabar contigo si te descuidas.
A lo largo de mi vida he visto mujeres guapas y bonitas, pero ninguna se compara con la sirena que agita mi corazón como una locomotora.
De pequeña ya atraía la atención de cualquiera que pusiera sus ojos sobre ella, sobre todo porque a temprana edad comenzaron a notársele los senos, las caderas y los enormes muslos, razón por la cual me la vivía golpeando a todo aquel que le hacía comentarios perversos en la secundaria.
De hecho, fui expulsado por lo mismo, pero me queda la satisfacción de que, justo cuando salimos de clases ese día, le arranqué la vida a ese bastardo que tanto disfrutaba mirarla con morbo. Estrellé sin cesar una piedra contra su cráneo hasta hacérselo mierda y después lo corté en pedacitos para enterrarlo en un terreno baldío.