Capítulo 8.

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Vicenta

El agua azul nos saluda como un golpe a la realidad. Empezamos a mover nuestras piernas y manos en un aleteo potente que nos desplaza hacia la superficie. Muchos de mis compañeros logran ascender a una velocidad impresionante tal como mis amigos quiénes ya no están a mi lado porque han logrado nadar con más rapidez que yo.

Volteo hacia abajo de pura curiosidad y el submarino ya va descendiendo al infinito fondo a una velocidad espeluznante. Un escalofrío me recorre la columna y por instantes me paralizo. Grandes preguntas embargan mi mente. ¿Qué tan profundo es el mar? ¿Tendrá siquiera un fondo? ¿Alguien alguna vez ha logrado tocar el piso? ¿Cuánto tardaré en morir si me dejo caer? ¿Mi cuerpo se descompondrá conforme va bajando? ¿Hay monstruos marinos? Trago saliva e impulso más rápido mis piernas. Estas me arden, escocen en realidad, pues llevo muchos minutos haciendo esto, pero no me rindo incluso cuando los cólicos vuelven a hacerse presentes en mi vientre lo cual no me da buena espina porque, según mis conocimientos básicos sobre medicina, el ciclo menstrual no aparece dos veces en un corto periodo de tiempo. Esto es algo más que debo revisar apenas llegue a México.

Relajo mis músculos y sigo nadando como me enseñó el general Montalvo en la milicia. Recuerdo cada uno de sus regaños y los uso como gasolina porque aquí no pienso morirme, menos cuando debo encontrar a mis hijos así me toque recorrer todo el maldito planeta.

El potente sol logra filtrarse al mar dándole un tono más azulado. Es hermoso, y tal vez si fueran otras circunstancias lo disfrutaría demasiado, pero como ahorita solo me interesa sobrevivir, no observo nada más.

Mi ritmo cardiaco aumenta conforme más esfuerzo hago, tanto que temo desmayarme aquí mismo. Debido a que traigo los goggles logro ver a Santiago, él va muy encima de mí, se ve imponente, como un tritón mitológico, dueño de este húmedo azul casi místico. Mueve sus piernas con destreza, sus duros brazos lo impulsan haciéndolo subir más a una velocidad impresionante. Tal pareciera que está acostumbrado a nadar a cien metros bajo la superficie del mar lo cual podría ser verdadero pues no sé a qué tipo de entrenamiento fue sometido en Rusia para convertirse en lo que es: un coronel destacado lleno de conocimientos que no cualquiera obtiene a tan corta edad como él que, con solo veinticuatro años, es lo que muchos quisieran ser.

Admiro y me siento orgullosa de que no haya permitido que el fracaso formara parte de su vida. Estudió, sobresalió y sigue creciendo a nivel personal e incluso laboral. Me pregunto si en los medios de comunicación internos que maneja la FESM encuentre información sobre él, de seguro sí, y apenas tenga tiempo voy a imprimir cada sección que encuentre de él para armar una carpeta porque deseo saber lo que hizo durante todos los años en que estuvimos separados.

Aparto los ojos de él porque parezco una acosadora bajo el agua y mejor inspecciono a todos lados viendo a cada uno de mis colegas. Parecen peces, unos muy desesperados por llegar a la superficie, otros más tranquilos, como resignados a la adversa situación en que estamos.

Ricardo y Kaan llevan a Chain amarrado a sus cinturas, está inconsciente por lo que le colocaron una mascarilla junto con el tanque de oxígeno para que no muera. Noto que le hace falta una pierna y eso hace que mis ojos se abran en horror porque entonces el olor putrefacto que olieron algunos soldados provenía de él. Pero ¿quién le cortó la pierna? ¿Será que el balazo que le metió Santiago cuando me rescató hizo que todo se complicara y Gitana tuvo que amputarlo? Sé que es cruel alegrarse por las discapacidades físicas de otros, pero no puedo sentir empatía por un hombre que quiso violarme encima de un cadáver así que me alegro de que esté de esa forma.

Sigo mirando a mi alrededor, de modo que veo que Jesús junto a Jake se encargan de Chelsea Jäger quien va moviendo sus pies dejando en claro que está despierta. Valentina va a pocos metros más arriba de ellos y nada con cierta desesperación hacia la dirección de Santiago lo cual incendia unos aberrantes celos que me hacen moverme con más agilidad porque no deseo que coincidan.

Tormenta (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora