Vicenta
Un espantoso calor me hace abrir los ojos, pero rápidamente los achico porque la cegadora luz emitida por el sol me acribilla las neuronas. Suelto un gruñido que desencadena la risa de alguien. Entonces recuerdo lo que sucedió antes de caer dormida, y asustada lo libero cayendo así al agua que me empapa entera. Emerjo del mar solo para ver al coronel mirarme con evidente enojo.
—¿Por qué te soltaste? —cuestiona, sus ojos flameando en furia. Pongo distancia entre nosotros.
—¿Cuánto dormí? —pregunto a cambio, mirando a mis colegas con caras pálidas, luciendo más que exhaustos.
A lo lejos veo a Sandhi quien está encaramada en la espalda de su marido y va dormida. Karla va encima de Ricardo y Jesús está recostado en un flotador usando sus manos como remos.
—Quince horas.
Me pasmo en horror porque entonces significa que estuvo nadando conmigo a cuestas durante todo ese tiempo. Bien pudo arrojarme al agua para estirarme de un brazo o las greñas, pero me dejó dormir sobre él y eso... ¡Dios! Eso me calienta la cara en vergüenza.
—Debes estar cansado... —pero Santiago se encoge de hombros, restándole importancia. Aun así, sé que no es indestructible, ningún soldado lo es incluso cuando físicamente parece que está acostumbrado a este tipo de situaciones—. Perdón. Solo... Solo estoy causándote molestias.
—Para mí fue un deleite tenerte tan pegadita a mí, Sirena —murmulla, mirando mis labios con deseo, con hambre. Relamo los míos y quisiera tanto lanzarme a su boca para devorarlo, pero me trago las ganas y, bajo el agua, sostengo su mano.
—Gracias, Santi —respondo, mi labio inferior temblando de felicidad porque cada segundo que pasa él me está demostrando que me quiere incluso cuando no me lo ha dicho con palabras.
«Estoy enamorado de ti», me dijo en Los Ángeles y eso me hace sentir la mujer más afortunada del mundo, pero me gustaría tanto escucharlo decirme esas palabras que inician con la «T» que he escuchado de la boca de muchas personas. De pequeño solía decírmelas a cada, ¿por qué ahora no? ¿Será que está esperando el momento adecuado?
—En vez de agradecerme, deberías sumergirte conmigo al agua para así besarme.
Ni siquiera le respondo porque él se hunde y me lleva consigo, haciendo que sonría. Enrollo mis brazos torno a su cuello, pegándome tanto a su cuerpo mientras nuestras bocas se besan con pasión por instantes que me hacen desear tanto poder gritarles a todos que estamos juntos, que estamos enamorados y que nuestra relación se torna más fuerte con el paso de los días.
Lastimosamente mis deseos jamás podrán tornarse reales porque nadie lo comprendería.
Rompemos el beso y nos apartamos para entonces salir a la superficie donde afortunadamente nadie nos está prestando atención.
—Revisa el mapa y la brújula, ¿sí? Necesito saber cuánto nos falta para llegar a Tijuana.
—Eso haré, mi coronel.
Me alejo de él y voy con Jesús a quien le pido de favor que me preste su flotador para colocar encima el mapa que cargo dentro de la pequeña mochila que traía Santiago y así calcular la distancia que hemos estado nadando desde ayer.
Me ubico en tiempo y espacio, notando que aún nos queda mucho tramo que recorrer para llegar a Tijuana lo cual me desespera. Calculo que en diez horas más llegamos, claro está que debemos descansar un momento así que se lo informo al coronel quien me da luz verde para ordenar a que todos se detengan. Algunos soldados vuelven a inflar sus flotadores y se recuestan en ellos soltando suspiros de alivio.