Jesús
Toda la vida he crecido con la idea de que los hombres no tienen por qué sentir atracción por otros individuos de su mismo sexo ya que eso se considera una aberración.
«Dios hizo al hombre y a la mujer para que estén juntos, no para que los hombres estén con hombres y las mujeres con mujeres», escuché que dijo alguien una vez en la FESM cuando Esteban Morgado logró implementar en el reglamento que la homosexualidad "es una situación que no van a tolerar".
Realmente no sé desde cuando he observado al sexo masculino con más atención de la necesaria, pero estoy seguro de que pasó antes de que el capitán Jake Jordan llegara a mi vida. Recuerdo que antes yo ya miraba los torsos masculinos cuando entrenaba en las canchas del ejército y a veces hasta a mis propios amigos los detallaba de una forma que no debería. Pese a eso, también he sentido atracción por las mujeres, así que concluyo que soy bisexual, o eso creo porque, a decir verdad, jamás he tenido novia ni he besado a una mujer.
Ahora que lo pienso, ni sexo he tenido, y es que cuando te entregas por completo a tu carrera, cuando deseas superarte y ser el más chingón, los ámbitos carnales quedan en último lugar, tal como ha pasado conmigo.
Tengo veinticinco años, estoy a pocos meses de cumplir los veintiséis y no sé lo que se siente meter la verga en un cuerpo. Sí, me he masturbado y comprado juguetes sexuales para complacerme en privado cuando me acuerdo, tengo ganas y tiempo, pero fuera de eso no he tenido interacción sexual con nadie.
Es por eso que las reacciones de mi cuerpo al ver al capitán Jordan me tienen descolocado. No puedo parar de verlo ni de imaginarlo en un escenario no apto para menores de edad. Por la forma en que se desenvuelve y habla sé que él tiene experiencia en la cama y con las personas en general. ¿Qué se sentirá tener mi primera vez con él? ¿Qué se sentirá besarlo o abrazarlo? El rostro se me calienta cuando sus ojos color miel recaen en mí. Estamos en la cocina preparándonos algo de cenar ahora que los demás se han ido a dormir.
—¿Está todo bien, Jesús? —me pregunta el rubio, embarrando mayonesa en los panes de hot dog que encontramos.
—Sí, ¿por qué?
—Desde que entramos a la cocina me has estado mirando, pero no dices nada y... ¿acaso hice algo que te molestara? —Niego de inmediato y el tenedor que tengo en la mano se me resbala.
Pendejo.
No puedo ser más pendejo.
—Lo que pasa es que tengo un problema —opto por sincerarme porque me nace. Hay algo en él que me hace querer confiarle hasta mi más oscuro secreto—. Bueno, no es un problema ya que no es nada ilegal, pero no sé cómo manejarlo porque es la primera vez que me sucede y eso me tiene un poco inquieto.
—Puedes hablarlo conmigo si gustas —me sonríe y juro por mi tocayo que está en el cielo que mi maldito corazón pega un vuelco que me acalora el cuerpo.
Levanto el tenedor para lavarlo y reviso que las salchichas estén cocinándose bien. Jake ha sacado todo lo necesario para hacernos un hot dog digno y solo faltan las salchichas.
—Te tomaré la palabra solo si prometes no ofenderte y mucho menos dejar de hablarme ya que en este corto período de tiempo he descubierto que me agrada interactuar contigo.
Jake esboza una sonrisa de medio lado que hace estragos en mi sistema porque no sé si está burlándose de mí o qué rollo. Reviso una vez más las salchichas, sintiendo que su mirada está clavada en mí.
—Sea lo que sea... —Su mano cae sobre mi hombro como un saco de plomo que me tensa—, no pienso alejarme de ti, Jesús. Así que confía en mí y platícame lo que te tiene inquieto.