𝑢𝑛𝑜

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La mañana se encontraba extrañamente agradable, el aire era fresco y el cielo cubierto por una que otra nube lograba relajar a cualquiera que le viese. Era una buena manera de comenzar el día.

Al menos así era para la mayoría, pues no todos corren con la misma suerte.

—¿Y que se supone que haremos con ella? —preguntó irritado. Estaba cansado de lidiar con estas edioteces. —Ese maldito imbécil, ¿Cree que puede simplemente vendernos a su estúpida hija y ya?

—Que más da. —respondió el otro hombre, sin darle tantas vueltas al asunto.— talvez sirva como prostituta.

El contrario explotó en risas, dándole la razón a su compañero y comentando todas las atrocidades que podrían hacerle a la muchacha por tan solo un poco de dinero.

Un poco más atrás de ambos, se encontraba T/N, caminando tras los guardias con la mirada fija en el suelo.

¿Enserió está sería su vida de ahora en adelante? ¿Ser menospreciada y recibir constantes faltas de respeto sólo por ser mujer?

Sin embargo, lo que realmente le molestaba de todo este asunto era la traición de su padre. Se supone que debía cuidarla y protegerla ante cualquier amenaza, pero apenas se enteró que en el palacio estaban comprando una joven para servir como sirvienta, no lo dudo ni un minuto y vendio a su propia hija por un par de monedas que alcanzaban únicamente para un pedazo de fruta casi podrida.

Apretó los labios evitando llorar, ¡Carajo! ¡Esto era un maldito asco! Respiró hondo, intentando calmarse, si lloraba sería peor.

Oía a la perfección las carcajadas de los guardias, más las voces y murmullos de las personas que la observaban caminar por los pasillos. En su mayoría lo único que podía oír eran burlas por su aspecto, su ropa estaba desgastada y sucia, lucía como un pedazo de basura andante, lo sabía muy bien.

Suspiró con desánimo, que más daba, su vida no había sido para nada agradable y ahora estaba por volverse peor. Mantuvo la vista fija en el amarre de sus muñecas, vaya, estar amarrada como un animal, que dicha.

Tras unos largos minutos, los hombres se detuvieron y ella imitó su acción, sin evitarlo alzó el rostro para analizar el lugar, por fin habían llegado a lo que parecía ser el salón principal. Era enorme, habían sirvientes en cada esquina, cuadros, adornos y telas de seda fina de todos los colores.

—Vaya... —murmuró asombrada.

De la nada, el ambiente cambió por completo.

—Mí señor, hemos traído a la nueva sirvienta. —habló uno de los guardias. Bajando la cabeza con respetó.

¿Señor? Se extraño al oír aquello. Había estado tan concentrada admirando el lugar que fue incapaz de notar la presencia de alguien más.

Al llevar la vista al frente enfocó al soberano, sentado sobre una silla con finos acabados mientras que a sus alrededores se encontraban diferentes mujeres, hermosas y vestidas con ropas que podrían valer millones.

Cada esquina del lugar parecía ser una mina de dinero, todo lo contrario a ella. Se sintió apenada, ni siquiera cargaba zapatos.

Para su desgracia, fue incapaz de apartar la mirada al tiempo correcto, pues su ojos y los del gobernante se cruzaron.

La piel se el puso de gallina e inmediatamente apartó la mirada horrorizada. Ese hombre era aterrador, su presencia era simple intimidante.

¡Era terrorífico!

—¿Esta es? —preguntó desinteresado.— parece una fea cría mal alimentada. —Las jóvenes a sus costados soltaron unas risillas al oírlo.

—Ni siquiera tiene zapatillas. —comentó una, mirando de pies a cabeza a la jóven con asco.

—Me da lastima, si levanta un balde de agua se desarmara. —y otra más se unió a la conversación, soltando comentarios despectivos.

—Se nos ha informado que la joven sabe como realizar perfectamente diferentes deberes que se le asignen. —informó el otro guardia.

—Que bueno, al menos podría servir de esclava, porque como compañera dudo que sirva. —mencionó la primera chica, mientras las demás reían. —¿No es cierto, mi señor? —preguntó acariciando las mejillas del joven, quien se mantuvo estático en su lugar.

Ah sí, lindo detalle el de arabia, incluso algunas mujeres menosprecian a las demás e imparten machismo. Muy lindo gesto.

T/N apretó la mandíbula, intentando con todas sus fuerzas no insultarlas. Que sociedad tan podrida era ésta.

El varón miró a la T/C con detenimiento unos segundos, antes de apoyar el rostro contra la palma de su mano, viéndole con aburrimiento.

—Entonces llévala a hacer algo productivo y cambienle esos asquerosos trapos, talvez tengan sarna o parásitos. —ordenó, en su voz era notorio cierto repudio.

Inmediatamente los hombres acataron la orden, reverenciaron una vez más a su señor y dieron media vuelta, empujando a la muchacha para que nuevamente los siguiera.

Antes de salir de la habitación, la muchacha admiró una última vez al gobernante y sus acompañantes. Lucían como unos verdaderos seres humanos, con ropa y calzado. Quizás ella solo había nacido para ser alguien tan insignificante que ni siquiera fuera capaz de tener unas simples zapatillas.

—Que más da... —murmuró para símisma, apartando la mirada y continuando con lo suyo.

Tras unos eternos minutos llegaron a lo más profundo del palacio, en donde se hospedaban los trabajadores. Mientras un guardia abría la puerta el otro se encargaba de desamarrar las manos de T/N.

Una vez ambos estuvieron listos, la arrojaron a la habitación y se marcharon.

—Cabrones. —susurró, masajeando sus muñecas y recorriendo el lugar con la mirada. Era un pequeño cuarto, con una ventana y una cama, cuyo relleno era paja, incluso podían verse algunas ramitas sobresalir del improvisado colchón.

Con desgano caminó hasta el borde de la cama y tomó asiento. Bajó la mirada a sus pies, intentando retener la ganas de llorar.

Sin embargo todos sus intentos habían sido en vano. Sin siquiera notarlo pequeñas lágrimas descendieron por su rostro hasta caer sobre sus piernas, humedeciendo sus ropas.

¿De verdad esta sería la miserable vida que debería cumplir hasta el día de su muerte?

Alhelí | ZohakutenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora